Ensayo RESPUESTA DE FRANCISCO BOLOGNESI Y LA BATALLA DE ARICA

Las palabras célebres de Francisco Bolognesi fueron:
“TENGO DEBERES SAGRADOS QUE CUMPLIR Y LOS CUMPLIRÉ HASTA QUEMAR EL ULTIMO CARTUCHO”
Seguramente escribir estas líneas me granjee más de una desavenencia con mis compatriotas y con todos aquellos que sienten henchirse el pecho cuando escuchan las "sagradas" notas del himno nacional o ven flamear enhiesto y orgulloso el "inmaculado" pabellón.
Poco inclinada a los nacionalismos ramplones y defensora apasionada de la humanidad, soy bastante renuente a rendir culto a los símbolos como una idolatría cínica, convenida y prefabricada, que nos impone rituales ridículos y pomposos, absolutamente carentes de contenido y sustancia. Da gracia ver cómo los gestos han reemplazado a la esencia, políticos y futbolistas se empeñan en besar la bandera del país con la misma unción, la misma reverencia (y la misma improbable sinceridad), en mítines y partidos oficiales. Claro, ni los políticos honran a la Nación, sirviéndola; ni los deportistas cumplen con ella, dejando todo su esfuerzo en las canchas. Lo más común es que los políticos vean en el poder un botín que saquearán sin el menor empacho, y los futbolistas en los encuentros oficiales un compromiso molesto e ineludible en el que intentarán conservarse intactos para rendir en los campeonatos privados donde cobran grandes sumas de dinero.

CONTENIDO

    En el Perú se conmemora, cada 7 de junio, el Día de la Bandera. Esto porque hace más de ciento veinte años, en medio de una guerra, llamada "del Pacífico", que enfrentó a Chile contra el Perú y Bolivia, se libro la célebre batalla de Arica (entonces tierra peruana y hoy territorio chileno) en la cual (y esta es la versión peruana que me enseñaron desde niño) un reducido número de soldados nacionales enfrentó a un nutrido ejército chileno (en una proporción de cuatro a uno). Hasta donde se sabe, el jefe de las tropas chilenas envió a un emisario al cuartel general peruano solicitando la rendición de la plaza y ofreciendo la posibilidad a los defensores de abandonar el lugar sin mengua de vidas. La respuesta que dio Francisco Bolognesi es tan famosa (o, al menos, eso nos han hecho creer nuestros maestros), le respondió, al emisario chileno: "Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho", fue el mensaje que el emisario chileno, Juan de la Cruz Salvo, llevó como respuesta de Bolognesi.
    ¿Hizo bien el coronel en entregar los saldos de nuestro ejército a la carnicería? ¿Quedó a salvo nuestro honor a pesar del aniquilamiento de uno de nuestros últimos cuerpos militares? ¿Era lícito, válido y aceptable, que un septuagenario reverdeciera antiguos laureles y alcanzara la inmortalidad a costa de las vidas de cientos de soldados peruanos cuando hubo la oportunidad de entregar la plaza, conservar las tropas y evitar un choque que estaba perdido de antemano? ¿Eso es heroísmo? Ni aún una victoria espectacular y milagrosa hubiera cambiado el curso de una guerra que estuvo perdida desde el primer día por causas y razones que sería ocioso tratar en estas líneas y, por eso mismo, ateniéndonos al descalabro anunciado, ¿no hubiera sido más saludable guardar el ejército para defender Lima? ¿Una retirada honrosa no hubiera producido, a la larga, mejores resultados? Los estrategas tendrán sus lógicas y razonamientos y no dudo que cualquier uniformado peruano que lea estas líneas verá en mí algo así como un infiltrado, un espía del sur o un traidor a la patria, pero sigo creyendo que una actitud más cauta nos hubiera otorgado mayores posibilidades. Claro, no tendríamos a Bolognesi como el santón de los militares y el noble anciano dormiría el más inopinado de los olvidos, ¿pero eso importa?. Compárenlo con Grau, su contemporáneo y compañero en el panteón de los héroes peruanos; en Punta Angamos, rodeado por toda la escuadra chilena, no pierde tiempo y le exige a la corbeta Unión, más moderna y veloz, poner pies en polvorosa, salvando así uno de las pocas naves que nos quedaban. Cierto, él se queda y enfrenta a un rival que se multiplica en número y en fuerza, pero ya no había otro camino. Si Grau hubiera tenido una sola oportunidad para escapar a la celada, lo hubiera hecho, lo hizo anteriormente. Enfrentado a lo inevitable, tiene el temple para morir en su puesto, también sus hombres.
Todo indica que al principio los oficiales de Arica no comprendieron la real magnitud de la derrota de Tacna. Tampoco tuvieron conocimiento del desbande del ejército peruano ni de la deserción del boliviano, lo que se explica por el hecho que las comunicaciones enviadas solicitando información jamás fueron contestadas y que los únicos datos disponibles provenían de soldados dispersos incapaces de dar un panorama real de la situación. Aún así, aunque presas de incertidumbre, los oficiales eran conscientes que debían mantener aquella posición a la cual asignaban, y no sin razón, un gran valor estratégico.
Frente a las circunstancias poco claras Bolognesi vislumbró dos posibles escenarios a encarar en los próximos días. El primero, habría sugerido un plan de operaciones mediante el cual el ejército chileno avanzaría desde Tacna hacia Arica, en cuyo proceso Montero o el Ejército del Sur lo hostilizarían por los flancos. Esto obligaría a los chilenos a batirse en retirada, encontrándose con la guarnición de Arica, donde serían derrotados. El segundo, pudo basarse en la siguiente hipótesis: El ejército chileno sitiaría la plaza o la atacaría; la guarnición resistiría con todos los recursos a su disposición, causando bajas y agotando al adversario y tropas peruanas en avance sobre Arica sorprenderían al diezmado ejército chileno. La idea, en consecuencia, habría sido intentar mantener la posición hasta que llegasen las fuerzas que con tanta insistencia Bolognesi solicitaría en sus mensajes.
Sin embargo la posible estrategia de formar un triángulo de fuerzas peruanas fracasaría. Como el contralmirante Montero jamás pensó en retornar hacia Arica, y dio el puerto por perdido, era imposible que flanqueara al enemigo como lo suponía la primera hipótesis. La destrucción del telégrafo de Tacna le impidió informar a Bolognesi de su decisión. En todo caso, ambos escenarios sustentan el hecho de porqué Bolognesi desplegó sus esfuerzos en reforzar las defensas en el área norte, colocando ahí a la más fogueada y disciplinada Octava División, al considerar que los chilenos aparecerían por ese lugar ante el supuesto empuje de las tropas peruanas.
Para esa fecha la guarnición ya había quedado totalmente aislada de los remanentes del ejército peruano, pero aun mantenía comunicaciones por telégrafo con la prefectura de Arequipa y todavía le era posible un repliegue a otras áreas. A efecto de frenar el previsible avance chileno, Bolognesi ordenó al ingeniero Teodoro Elmore que destruyera el puente Molle, cerca a Tacna, y que hiciera lo propio con el puente de Chacalluta, los terraplenes cercanos a la estación de Hospicio y la línea férrea que comunicaba con Tacna. Un documento que puede dar idea del desconcierto con respecto a Arica lo constituye la carta dirigida desde Tarata por el prefecto de Tacna, Pedro A. del Solar al Director Supremo Nicolás de Piérola, con fecha 31 de mayo, es decir siete días antes de la batalla, donde escribió:  “Nada sabemos hasta ahora de Arica, pero su perdida es inevitable”
En aquellos momentos Arica venía sufriendo además el bloqueo naval por parte de las naves Cochrane, Covadonga, Magallanes y Loa, aunque desde el combate del 15 de marzo no se había vuelto a repetir un cruce de fuego entre la escuadra chilena y las defensas. Aquellos hechos no hicieron sino confirmar que Arica era impenetrable por mar y que los barcos de guerra sólo podían limitarse a aislar las comunicaciones marítimas y dar apoyo de artillería ante un ataque de sus ejércitos. Pero el bloqueo no afectaba en mucho la vida en Arica, habido cuenta del aprovisionamiento natural proveniente de los valles del Azapa y Chacalluta.
El 28 de mayo el general Manuel Baquedano, ordenó una avanzada de reconocimiento de caballería sobre Arica, compuesta por cincuenta Carabineros de Yungay al mando del capitán Juan de Dios Dinator, la cual llegó hasta la estación de Hospicio y la ocupó. Asimismo, dispuso que los oficiales del batallón de ingenieros militares tomaran posesión de la estación del ferrocarril y avanzaran hacia los puentes del Molle y de Chacalluta. Ambos puentes y los terraplenes del ferrocarril destruidos previamente por Elmore, fueron reparados el primero de junio por los pontoneros chilenos. El dos de junio, en coordinación con el ministro de guerra en campaña, Baquedano ordenó movilizar las tropas de reserva que no combatieron en el Alto de la Alianza más algunos cuerpos de élite y marchar hacia Arica para capturarla.

CONCLUSIONES

Bolognesi y los suyos encarnaron el cumplimiento del deber hasta las últimas consecuencias la fidelidad a la patria y los paradigmas para quienes continuaron su ejemplo y llegaron a las generaciones el recto de sostener el honor nacional, la soberanía de la nación y la dignidad del hombre peruano
El sacrificio de Bolognesi se convirtió en un ejemplo de excelencia para Andrés Avelino Cáceres y para muchos otros que continuaron en la Guerra del Guano y el Salitre. A lo largo de la historia pocos personajes convirtieron su derrota en excelencia pese a las circunstancias adversas.

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