CHILE UN PAIS RICO: UNA GRAN PARADOJA


Los incendios en Valparaíso que se hicieron extensivos a las zonas habitadas en los cerros. Dieron a conocer la dura realidad que se vive en Chile, donde la desigualdad alarmante de clases sociales, hunde en la más mísera pobreza a miles de familias. Las autoridades no pueden pretextar, en esta última catástrofe, el factor sorpresa: es evidente que una tragedia, como la vivida por más de treinta horas, se veía producir más temprano que tarde; no hay duda de que hubo imprevisión e incapacidad para enfrentar un incendio, que comenzó en el Camino La Pólvora y que podría haber sido detenido si se hubiera actuado antes de que invadiera los cerros.

Valparaíso, no cuenta con los servicios de previsión y de elementos técnicos; Chile gasta millones en armas que, a los dos años quedan obsoletas, y en muchos casos muy rentables para compradores y vendedores, que abultan sus bolsillos con comisiones, y no lo hace con aviones para estar preparados contra los incendios. El gran drama de esta catástrofe fue, en lo inmediato, la falta de agua, junto con la potencia necesaria para combatir incendios de esta envergadura. Los aviones contra incendio, de última generación, se abastecen de agua del mar y multiplican la capacidad de abastecimiento de agua, comparado con los que se utilizan en Chile.

Toda tragedia muestra desde el heroísmo hasta el más bajo de los egoísmos humanos: unas de las imágenes mostradas por la televisión, es la de un hombre que lucha contra lenguas de fuego, empleando una simple pala, completamente inconsciente de la posibilidad de triunfar, pero que rehúsa a aceptar la fragilidad del hombre ante una catástrofe.

Tanto Valparaíso, como Alto Hospicio y las demás ciudades del interior de Arica y Parinacota y Tarapacá, están poniendo al desnudo la enorme pobreza existente en el Chile neoliberal, que han administrado la Concertación y la Alianza. Este país de los pobres, marginados y provincianos tiene poco que ver con un país prepotente, administrado por castas que, desde Santiago, pretenden determinar la vida de los habitantes de las demás regiones, ignorando por completo su realidad y sus verdaderas necesidades, agravadas en las grandes catástrofes.

Valparaíso ha sido siempre maltratado por las castas en el poder y la ciudad sigue siendo pobre, sin industrias, con un puerto privatizado y, sobre todo, con construcciones precarias, sin ningún plan regulador y carente de los mínimos elementos para combatir.

El Parlamento es un verdadero lunar en el barrio Almendral; el hecho de estar ubicado en Valparaíso no ha significado ninguna medida descentralizadora. Los diputados y senadores viajan a Valparaíso como si lo hicieran en automóvil marciano – a cien kilómetros por hora – violando la ley de Tránsito, para encerrarse en su torta de merengue, sin entender ni ver nada de lo que ocurre en el entorno.

Mucho más útil sería que la Presidenta Bachelet, instalara el Ejecutivo en la intendencia de la V Región, así fuera por un mes, y continuara así con las demás regiones.

En Chile abundan las "poblaciones callampa" (hongo), por su audaz afán para multiplicarse en las peores condiciones posibles. Que tienen como únicos sinónimos la pobreza, la marginación y la triste capacidad de saltar al primer plano sólo tras las catástrofes o desastres de turno.

El violento sismo de Iquique (de 8,2 grados) destruyó o dañó parcialmente casi 10.000 casas en el norte del país, muchas de ellas viviendas sociales de mala calidad o campamentos instalados en urbanizaciones espontáneas lejos de las visitas turísticas y las prioridades oficiales.

No alcanzaron a pasar 15 días, cuando el incendio de Valparaíso quemó otras 3000 viviendas, dejó a unas 13.000 personas sin casa y mostró al mundo que existía otra realidad, mezquina y amarga, en las quebradas de los cerros del puerto chileno, a pocas cuadras de exclusivos restaurantes y, acaso lo más irónico, del imponente edificio del Congreso.

La situación fue la misma con un Chile, a medio cocinar, que se debate entre la puerta del horno para salir del subdesarrollo con sus flamantes credenciales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), y la desalmada crudeza para desviar la vista ante los cientos de miles que aún viven en condiciones indignas: sin alcantarillado, colgados al tendido eléctrico, en medio de basurales, analfabetismo, crecientes focos de delincuencia y la certeza de que las políticas sociales y oportunidades son para cualquiera menos para ellos.

Las tasas de pobreza e indigencia por región no son halagüeñas: sólo las regiones de Antofagasta, beneficiada por el boom de la minería, y la de Aysén y la Antártica Chilena registran cifras de pobreza bajo los dos dígitos. De acuerdo con la OCDE, Chile es hoy el país con más desigualdades en los ingresos entre ricos y pobres, aun cuando es uno de los pocos que corrigieron algo esa tendencia desde la crisis financiera de 2008.

Dentro de los 34 países miembros, Chile asoma como el cuarto con mayor proporción de pobres (18% de la población con ingresos inferiores al 50% de la media).

Pero si existe un índice que los críticos suelen citar hasta el hartazgo es el coeficiente Gini, que compara los ingresos del 10% más rico con los del 10% más pobre. Con un aplastante 0,50, Chile supera ampliamente la media OCDE de 0,31 y se acerca a la media latinoamericana (0,52).

Las encuestas también chocan entre el Chile que vemos y el que está detrás del espejo. De acuerdo con un sondeo del Centro de Estudios Públicos (CEP), el 52% de los chilenos cree que las principales causas de la pobreza se deben a la falta de educación. En un segundo lugar, se cree que la "flojera y falta de iniciativa" (47%) son otras de las mochilas que impiden acceder a una vida mejor. Tras ello, la responsabilidad se reparte entre vicios y alcoholismo (27%), pocas oportunidades (23%), abusos del sistema (13%) y malas políticas económicas del gobierno de turno (11%),

Los cruces estadísticos permiten rebatir la asociación entre pobreza y falta de iniciativa. La encuesta de ocupación y desocupación de la Universidad de Chile arroja que, en un país cercano al pleno empleo, el quintil más pobre sufre un 20% de desempleo frente al promedio de 6,2%, la mayor brecha desde 1980.

"Muchísimos quieren, pero no pueden; buscan, pero no encuentran. La gran paradoja es que muchos que tienen trabajo siguen siendo pobres. No es sólo un problema de acceso al empleo, sino de la calidad del trabajo. Y si no terminamos de entender esto, nuestra autocomplacencia será la principal responsable de que en Chile los pobres tengan muy pocas posibilidades de dejar de serlo".


Entre las cenizas, los pequeños testimonios de un mundo de necesidad: Las estadísticas hablan de 3000 casas arrasadas por las llamas en los cerros de Valparaíso, viviendas precarias e indefensas de familias que apenas contaban con lo mínimo para llegar a fin de mes. Pero ningún número revela mejor las huellas de la pobreza de ese mundo, tan ajeno al paraíso del consumo, que los escombros de objetos cotidianos que ahí estarán para el estudio de arqueólogos del futuro. Desde un celular tan viejo que casi ya no se ve o un farol de noche, hasta un par de alianzas en su sencilla caja de metal, que, pese a todo, venía resistiendo a la miseria.

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