CUENTOS ANDINOS
TAYTA CÁCERES Y LOS NIÑOS
Sapallanga es un pueblo al sur de la
Provincia de Huancayo; Sapallanga en quechua, significa “Tierra de Brujos”. Es
un pueblo que aun guarda parte de sus tradiciones e historia. En la Guerra del
Pacifico, precisamente en la Campaña de la Breña; la Segunda Compañía del
Batallón Santiago del Ejército Chileno, había tomado posición en la casa de la
abuela Amalia Guerra.
Según cuentan los antiguos, el ejército enemigo estuvo acuartelado durante casi dos meses. Cada mañana cuando los pobladores pasaban frente a la casa de la abuela Amalia, podían ver indignados la bandera chilena flameando en el interior, mientras los centinelas oteaban la calle desde las improvisadas torres de vigilancia.
Según cuentan los antiguos, el ejército enemigo estuvo acuartelado durante casi dos meses. Cada mañana cuando los pobladores pasaban frente a la casa de la abuela Amalia, podían ver indignados la bandera chilena flameando en el interior, mientras los centinelas oteaban la calle desde las improvisadas torres de vigilancia.
Cuentan también que Andrés Avelino Cáceres;
el gran Mariscal Peruano de la Campaña de la Breña, frecuentaba la zona vestido
de mendigo. Quizá para hacer algunas averiguaciones. “Déjenlo pasar, jugaremos
un rato con él” –decía el Teniente Gaspar. Sin saber que al ingresar, el brujo
de los Andes podía ver la situación en la que se encontraba el enemigo.
De esta forma, el Mariscal podía informar a sus tropas que estaban acampando en las alturas de Tayacaja. Los niños de Sapallanga estaban ansiosos por conocer al Tayta Cáceres, por sus aventuras, los niños lo llamaban el Brujo Andrés. Pero solo algunos de ellos pudieron verlo vestido de mendigo. Cada vez que algún niño se le acercaba, éste sacaba un poco de cancha y queso de su bolso y se los entregaba guiñándoles el ojo.
Según el relato “Los Niños de la Guerra” de Roger Piñas; los niños que llegaron a conocerlo fueron entre otros Matías; nieto de la abuela Amalia, Reinaldo y Virginia, hija de un comerciante Andahuaylino. Eran los encargados de llevar a lomo de mula, las provisiones para la tropa de Cáceres hasta el poblado de Huayunka, a tres leguas de Sapallanga.
En la primera semana del mes de julio, los ánimos estaban alterados entre los chilenos, actitud que era percibida por los pobladores y en especial por los niños que eran los más entusiastas en desalojarlos. Tras los rumores de llegada inminente del ejercito de Cáceres, todos los niños salieron en tropa con sus tambores de guerra y pasaron frente al cuartel enemigo haciendo un sonido que retumbo en toda la calle principal.
Al día siguiente se había desencadenado la feroz Batalla de Marcavalle, en donde el ejército de Cáceres hizo retroceder al enemigo hasta Pucará, luego hasta Sapallanga, luego hasta Huancayo, luego hasta el fin del mundo. Roger Piñas describe muy bien la hazaña de los pobladores de Sapallanga y en especial la labor de los niños diciendo, además:
“Por eso, aquel 08 de Julio de 1882; la Segunda Compañía del Batallón Santiago del Ejército Chileno, no podrá olvidar a los niños de Sapallanga”.
EL TORO ENCANTADO
Rasuhuillca es una laguna situada a unos
quince kilómetros de la población de Huanta. Está en medio de otras tres lagunas
que la rodean, pero Rasuhuillca es la más grande, por lo tanto la principal. La
laguna está en la cima de un cerro que domina la entrada del pueblo, por eso se
ha construido en ella una represa que suministra de agua para el regadío, y
para el consumo del pueblo.
La tradición huantina dice que dentro de ésta laguna se encuentra un toro negro hermoso y corpulento, sujeto con una cadena de oro cuyo extremo guarda una anciana de cabellos canos. Hace muchos años, el toro logro vencer a la anciana y salió a la superficie; e inmediatamente las aguas de la laguna se embravecieron y rompieron los diques con grandes oleajes, inundaron el pueblo, arrasaron toda la población produciendo grandes estragos; entonces, los indios de la altura, al darse cuenta de esto, procedieron rápidamente a echar lazo al toro y lo hundieron nuevamente. Desde aquel día la gente teme que otra vez el toro pueda escaparse y la laguna inunde la floreciente ciudad de Huanta.
La tradición huantina dice que dentro de ésta laguna se encuentra un toro negro hermoso y corpulento, sujeto con una cadena de oro cuyo extremo guarda una anciana de cabellos canos. Hace muchos años, el toro logro vencer a la anciana y salió a la superficie; e inmediatamente las aguas de la laguna se embravecieron y rompieron los diques con grandes oleajes, inundaron el pueblo, arrasaron toda la población produciendo grandes estragos; entonces, los indios de la altura, al darse cuenta de esto, procedieron rápidamente a echar lazo al toro y lo hundieron nuevamente. Desde aquel día la gente teme que otra vez el toro pueda escaparse y la laguna inunde la floreciente ciudad de Huanta.
EL TERROR DE LOS PUENTES
Era, por entonces, explorador y cierto día,
después de una ardua tarea de recorrido por las montañas, durante doce horas,
ya cansado y con las fuerzas rendidas, me vi en la necesidad de retornar al
pueblo. Los últimos rayos del sol se iban perdiendo tras el murallón de los
cerros y aún tenía cinco leguas de camino por delante. La noche se extendió
plena de oscuridad. Apenas si se veía a lo lejos, el fugaz centelleo de los
relámpagos y el parpadeo luminoso de los cocuyos como chispas de un fuego
invisible. Yo seguía sobre mi fatigado caballo, bajo las sombras nocturnales.
Tuve que descender por una quebrada en cuyo fondo corría un rio caudaloso,
continuando la marcha, me acerque a un puente solitario. La difusa luz de las
estrellas se volcaba sobre el agua. Cuando me aproxime más aún, descubrí una
silueta humana apoyada sobre la barandilla del puente. Le dirigí una mirada sin
acortar el paso. Había llegado casi a la orilla del río, cuando sentí pronto la
necesidad de detenerme. Lo que vi fue, entonces, una pequeña sombra humana. Me
volví acongojado, con un terror absurdo. No me decidía a moverme en ningún
sentido. Mi caballo se encabrito, pugnando por seguir adelante. Sin saber lo
que hacía, volví hacia atrás y al volver temerosamente la mirada pude observar
que la sombra seguía en su mismo sitio. Un temblor indescriptible recorrió todo
mi cuerpo. Tenía las manos crispadas y me era imposible usar mi revolver. Quise
gritar, pero sentí que las fuerzas me abandonaban.
Iba a desmayarme cuando escuché los lejanos ladridos de algunos perros y, casi simultáneamente noté que la sombra saltaba hacia el río y se desvanecía en la superficie del agua.
EL MITO DEL CÓNDOR
Se dice que en una comunidad, un hombre
vivía con su hija. La hija pastaba las ovejas, llamas y otros animales. Cada
día un joven vestido con elegancia iba a visitarla. Tenía un traje negro
hermoso, chalina blanca, sombrero y todo. Cada día iba a visitar a la
mujercita, y se hicieron buenos amigos. Jugaban a todo. Un día comenzaron a
jugar de esta manera: “Álzame tu y yo te alzaré”. Bueno, comenzaron el juego, y
el joven alzo a la mujercita. Recién cuando la había alzado en alto, la
mujercita se dio cuenta de que estaba volando.
El joven puso a la mujercita dentro de un nicho en un barranco. Allí el joven se convirtió en cóndor. Por un mes, dos meses, el cóndor criaba a la mujercita. Le daba toda clase de carne: carne asada, carne cocida. Cuando habían estado unos años juntos, ella llego a ser mujer. La jovencita dio a luz un niñito, pero lloraba día y noche por su padre, a quien había dejado en la comunidad. “¿Cómo puede estar solo mi padre? ¿Quién está cuidando a mi padre? ¿Quién está cuidando a mis ovejitas? Devuélveme al lugar de donde me trajiste. Devuélveme allá”, le suplicaba al cóndor. Pero él no le hacía caso.
Un día un picaflor apareció. La joven le dijo: “¡Ay, picaflorcito, mi picaflorcito! ¿Quién hay como tú? Tienes alas. Yo no tengo ninguna manera de bajar de aquí. Hace más de un año, un cóndor, convirtiéndose en joven, me trajo aquí. Ahora soy mujer. Y he dado a luz a su niñito”. El picaflor le contestó: “Escúchame joven. No llores. Te voy a ayudar. Hoy día iré a contarle a tu papá donde estás, y tu papá vendrá a buscarte”. La joven le dijo: “Escúchame, picaflorcito. ¿Conoces mi casa, no? En mi casa hay hartas flores bellas, te aseguro que si tú me ayudas, toditas las flores que hay en mi casa serán para ti”.
Cuando dijo eso, el picaflor volvió contento al pueblo, y fue a decir al padre de ella: “He descubierto dónde está tu hija. Está en el nicho de un barranco. Es la mujer de un cóndor. Pero va a ser difícil bajarla. Tenemos que llevar un burro viejo”, dijo el picaflor, y contó su plan al viejo. Fueron, llevando un burro viejo. Dejaron el burro muerto en el suelo. Y mientras el cóndor estaba comiendo el burro, el picaflor y el viejo ayudaron a la jovencita a bajar del barranco. Después llevaron dos sapos: uno pequeño, otro grande, y dejaron los sapos en el nicho del barranco. Bajaron el viejo y su hija y fueron hacia el pueblo. El picaflor fue donde estaba el cóndor, y le contó: “Oye, cóndor. Tú no sabes que desgracia hay en tu casa”.
El joven puso a la mujercita dentro de un nicho en un barranco. Allí el joven se convirtió en cóndor. Por un mes, dos meses, el cóndor criaba a la mujercita. Le daba toda clase de carne: carne asada, carne cocida. Cuando habían estado unos años juntos, ella llego a ser mujer. La jovencita dio a luz un niñito, pero lloraba día y noche por su padre, a quien había dejado en la comunidad. “¿Cómo puede estar solo mi padre? ¿Quién está cuidando a mi padre? ¿Quién está cuidando a mis ovejitas? Devuélveme al lugar de donde me trajiste. Devuélveme allá”, le suplicaba al cóndor. Pero él no le hacía caso.
Un día un picaflor apareció. La joven le dijo: “¡Ay, picaflorcito, mi picaflorcito! ¿Quién hay como tú? Tienes alas. Yo no tengo ninguna manera de bajar de aquí. Hace más de un año, un cóndor, convirtiéndose en joven, me trajo aquí. Ahora soy mujer. Y he dado a luz a su niñito”. El picaflor le contestó: “Escúchame joven. No llores. Te voy a ayudar. Hoy día iré a contarle a tu papá donde estás, y tu papá vendrá a buscarte”. La joven le dijo: “Escúchame, picaflorcito. ¿Conoces mi casa, no? En mi casa hay hartas flores bellas, te aseguro que si tú me ayudas, toditas las flores que hay en mi casa serán para ti”.
Cuando dijo eso, el picaflor volvió contento al pueblo, y fue a decir al padre de ella: “He descubierto dónde está tu hija. Está en el nicho de un barranco. Es la mujer de un cóndor. Pero va a ser difícil bajarla. Tenemos que llevar un burro viejo”, dijo el picaflor, y contó su plan al viejo. Fueron, llevando un burro viejo. Dejaron el burro muerto en el suelo. Y mientras el cóndor estaba comiendo el burro, el picaflor y el viejo ayudaron a la jovencita a bajar del barranco. Después llevaron dos sapos: uno pequeño, otro grande, y dejaron los sapos en el nicho del barranco. Bajaron el viejo y su hija y fueron hacia el pueblo. El picaflor fue donde estaba el cóndor, y le contó: “Oye, cóndor. Tú no sabes que desgracia hay en tu casa”.
“¿Que ha pasado?” el cóndor le preguntó.
“Tu mujer y tu hijo se han convertido en
sapos”. Bueno, el cóndor se fue volando a ver. Ni la joven, ni su hijo estaban
dentro del nicho, solamente dos sapos. El cóndor se asustó, pero no pudo hacer
nada; y el picaflorcito está todos los días entre las flores en la casa de la
jovencita. Mientras ella, su hijo y su padre viven felices en la comunidad.
EL CONDENADO
Un arriero que traía de Ayacucho cuatro
cargas de plata a lomo de mulos, por encargo de su patrón, se alojó en las
inmediaciones de Izcuchaca (Huancavelica), en un lugar denominado “Molino” de
propiedad del señor David, quien tenía su cuidador; éste muy de madrugada,
mientras el arriero cargaba el cuarto mulo, hizo desviar una carga y arrojó
solo al animal.
Mientras el cuidador se repartía el dinero con el propietario del sitio, el arriero desesperado con su desventura a cuestas, puesto que, para reparar la pérdida tenía que trabajar el resto de su vida y tal vez hasta sus descendientes, impetraba de rodillas a los causantes quienes por la codicia del dinero tornándose indolentes y sordos al clamor el pobre indio cuyas inocentes lágrimas llegaron hasta el cielo en procura de la justicia divina.
Mientras el cuidador se repartía el dinero con el propietario del sitio, el arriero desesperado con su desventura a cuestas, puesto que, para reparar la pérdida tenía que trabajar el resto de su vida y tal vez hasta sus descendientes, impetraba de rodillas a los causantes quienes por la codicia del dinero tornándose indolentes y sordos al clamor el pobre indio cuyas inocentes lágrimas llegaron hasta el cielo en procura de la justicia divina.
Al poco tiempo murió el cuidador del “molino”, su mujer y su hijo. Aquel por ser el culpable directo se condeno, es decir, arrojado “alma y cuerpo” de la vida ultraterrena, debía refugiarse por entre los montes tomando la forma de un animal con cabeza humana gritando de vez en vez: David devuelve la plata… Inclusive creen que por causa del humo don David, dueño del molino, que aún vive, sufrió de parálisis en sus piernas.
Algunos indios astutos aprovechan de esta superstición del “condenado” para llevarse, en época de cosecha, un poco de cereales de las eras.
LA LAGUNA DE PACA
Esta laguna guarda entre sus aguas las más fascinantes
historias y relatos, ubicada en el Valle de Mantaro, en la provincia de Jauja.
Se ha convertido en el punto de encuentro de propios y extraños.
Una vez bajo dios a la tierra. Llamo a la puerta de una
casa. Sin abrir le gritaron, ¡fuera sucio! Entonces siguió su camino. A poco
llamo a otra puerta, vivían allí dos pobres viejecitos que a esa hora
preparaban su comida en una ollita de barro. La comida era tan escasa que
apenas alcanzaba para una persona, entonces dios puso las manos sobre la ollita
y la comida aumento y de ella comieron los tres. Cuando terminaron dijo dios:
Vamos. El viejito antes de salir sacó de su casa su tambor. Subieron un cerro.
Los viejitos caminaban por delante, dios por detrás. Al cabo de un rato dios
pidió al viejito su tambor. Entonces dijo dios: no vayan a volver la cara y
soltó el tambor. El tambor rodaba sonando cada vez más fuerte. Los viejitos
volvieron la cara y quedaron convertidos en piedra blanca. El tambor rodaba,
rodaba, hasta que llego al pueblo y reventó. De él salió tanta agua que anego
los campos, las casas, hasta convertir el pueblo en una laguna.
LA DAMA Y EL VIAJERO
Cuando me disponía venir a Lima conocí a don
Guillermo, que muy amablemente me invito a subir a su camión en donde
transportaba cereales a la capital desde Huancavelica; subí en la Oroya. Le
dije que tenía el mismo nombre de mi abuelo ya fallecido, que también se
dedicaba en sus años de juventud a viajar transportando alimentos de Huancayo a
Huancavelica y viceversa.
Te cuento lo que me paso en el pueblo de Pampas, cuando viajaba para Huancayo trayendo carga –me dijo.
Te cuento lo que me paso en el pueblo de Pampas, cuando viajaba para Huancayo trayendo carga –me dijo.
“Cuando salía de Pampas, ya muy de noche y bajo una interminable lluvia, pude avistar a una mujer en el camino; ella iba caminando muy lentamente en la carretera, debiste verla con aquel vestido blanco totalmente empapado. Frene suavemente pues también iba despacio por el mal estado de la carretera.
Le hice una señal para que suba al camión y así pudiera protegerse de la lluvia, ella asintió y se sentó en el mismo lugar en donde estás tú. Era una mujer muy joven y bella, al verla en esas condiciones le ofrecí mi casaca para que pudiera abrigarse, me agradeció y en su rostro vi dibujada una sonrisa tierna.
Al acercarnos al poblado la Mejorada, ella me pidió bajarse del camión; pues tenía familia allí. Como aun llovía y era apenas las dos de la madrugada, le dije que se quede con mi casaca, que en otro momento iría por ella. Solo le pedí la dirección de su casa.
Pasó una semana y cuando volví a la Mejorada, fui a buscarla hasta su casa. Grande fue mi sorpresa cuando salió su madre y me dijo que Virginia -así me dijo que se llamaba-, había muerto hace diez años atrás. Precisamente en un accidente de carreteras, cuando el bus que los transportaba de Pampas se fue directo al barranco; en el lugar donde la recogí.
Yo no le creí a la señora y pensé que se querían quedar con mi casaca. Para confirmar los hechos, su madre me llevo hasta el cementerio del pueblo y allí pude corroborar que en verdad la joven y bella Virginia estaba muerta. La fotografía en el nicho era la misma chica que vi hacia como una semana. Pero lo que más me sorprendió, fue ver mi casaca a un costado, junto al nicho de la joven. Su madre no tenia explicación alguna por lo sucedido, solo me dijo que era la cuarta vez que pasaba eso; habían preguntado por su hija que había subido al camión en la carretera a Pampas.”
Quizá sea un relato cierto, porque mi abuelo Guillermo me contó lo mismo. Para poder confirmar esta historia fascinante, viaje hasta el poblado la Mejorada en Huancavelica, no busque precisamente el domicilio de la joven Virginia; sino me fui directamente hasta el cementerio y busque su nicho toda la mañana de un sábado de junio del 2000.
Cuando me sentía desanimado y listo para salir del lugar, vi algo que me llamo la atención. Me acerque rápidamente hasta aquel sitio y note algo al costado de un nicho; era una bolsa, y dentro de ella pude ver una chompa de alpaca de color marrón y franjas blancas. Era el nicho que estaba en un extremo del cementerio, casi escondido, casi olvidado. En la lápida semidestruida pude distinguir el nombre de Virginia Matos, fallecida en 1989. Aunque no pude ver la fotografía.
Deje las cosas en su lugar y salí del cementerio, ya era de tarde; sentí el deseo de ir a la casa de Virginia. Al volver a Huancayo me preguntaba ¿Cómo pudo llegar aquella bolsa con una chompa hasta ese lugar? ¿Por qué precisamente ahora que fui a confirmar la historia? ¿Será que Virginia me tenía algo preparado como bienvenida? Quizá apenas haya sido una mala pasada de mi imaginación.
EL ORIGEN DE HUANCAYO
En cada pueblo existen versiones distintas
de las historias y creaciones de los actores sociales, por ejemplo esta es una
versión del origen de Huancayo.
Hace ya mucho tiempo, todo el Valle del Mantaro era una inmensa laguna. Desde Jauja y Concepción, hasta el sur llegando a Sapallanga y Pucara, todos esos lugares estaban bajo el agua. Los pobladores del valle en aquel entonces tenían sus casas en las alturas de los cerros, incluso hasta ahora podemos ver vestigios de sus construcciones.
Hace ya mucho tiempo, todo el Valle del Mantaro era una inmensa laguna. Desde Jauja y Concepción, hasta el sur llegando a Sapallanga y Pucara, todos esos lugares estaban bajo el agua. Los pobladores del valle en aquel entonces tenían sus casas en las alturas de los cerros, incluso hasta ahora podemos ver vestigios de sus construcciones.
En el centro de la gran laguna se podía observar desde las alturas un enorme peñón oscuro que salía de las aguas cada mañana. Esta gran peña se llamaba Huanca y estaba donde hoy está la Plaza Huamanmarca, junto a la Municipalidad de Huancayo. Paso el tiempo y la laguna se iba llenando y llenando con las aguas de las lluvias (recordemos que en esta parte de la sierra las precipitaciones son altas).
Una vez, cuando los pobladores estaban en
sus labores del campo, porque ellos siempre se dedicaron a la agricultura; se
escucho un enorme estruendo en una de las quebradas y tras el sonido pudieron
ver que las aguas de la laguna iban disminuyendo rápidamente. Sucedió que la
quebrada de Chupuro se había roto y por allí desaguaba la laguna.
Pasaron pocas semanas y el valle se fue quedando seco, para acortar distancias entre los pueblos, los pobladores tuvieron que bajar hacia las partes planas; siendo allí en donde lograron hacer nuevas construcciones para poder habitarlas. Pero la laguna no vació del todo. En jauja se quedó la Laguna de Paca y en Ahuac la Laguna de Ñahuinpuquio.
Una vez las aguas rompieron la quebrada de Chupuro y por allí desaguo la laguna. El valle se fue quedando seco y se fundaron pueblos. Pero la laguna no vació del todo. En Jauja quedó la Laguna de Paca y Chocón; la de Ñahuinpuquio en Ahuac y la de Llulluchas en Huayucachi.
Existen muchas lagunas en el Valle del
Mantaro, posiblemente parte del agua que desaguo de la gran laguna, hayan
quedado dispersas por todo el valle. Ahora la Laguna de Paca es una de las más
reconocidas y visitadas por los foráneos.
Esta es una historia que me contó mi abuela y, a su
vez, la abuela de mi abuela se la contó a ella; por eso, esta historia es de la
época de las tatarabuelas. De hecho, dicen que mi tataratatarabuela conoció a
mi tataratatarabuelo cuando aún eran niños, a través de unos mensajes
entregados por Don Juancho. En ese entonces no existían ni teléfonos ni
computadoras; tampoco era fácil trasladarse de un lugar a otro. Fue más o menos
por aquella época que vivía un pequeño y veloz palomo al que todos conocían como
Juancho. Era un palomo muy particular, porque vestía siempre con colores
llamativos, los siete colores del arco iris. Sus ojos eran tan claros como el
agua cristalina; su música hacía que las parejas se enamoren, ya que su canto
era muy dulce y contagioso, al grado de hacer bailar a los niños. Muy de
mañanita, desde que empezaba el día, Juancho salía a echar un vistazo, por si
encontraba un buen desayuno. Le encantaban las lombrices con salsa de tierra
mojada; sin embargo, no siempre tenía la suerte de encontrar esta salsa: a
veces los jardines estaban secos por la falta de lluvia y por el fuerte calor
del verano. Cuando tenía la barriguita llena y el corazón contento, se
aventuraba a volar, retando al viento, más y más alto; hacía piruetas en el
aire, un volantín, una parada de alas, una caída libre, una vuelta de trompo y
muchas otras peripecias más hasta el cansancio. En ocasiones paseaba por el mar
y se imaginaba chapoteando en él. En otras, se imaginaba surcando las altas
cordilleras... pero, en realidad, pasaba por debajo de los más
altos puentes. Realmente tenía la velocidad de un rayo; algunas veces,
sin embargo, prefería detenerse para contemplar los arbustos y las flores.
Mas... ¿sabes por qué se hizo famoso? ¿Por su vuelo?… No. ¿Por sus colores?…
Tampoco. ¿Por su desayuno preferido?… ¡Menos! ¿Por su trabajo?… ¡Sí! ¡Era
un palomo cartero! Siempre lo podías ver con su mochila llena de recados y su
gorra para protegerse del sol, o con un paraguas para protegerse de la lluvia.
Él se encargaba de entregar los mensajes de los niños que recién aprendían a
escribir y no podían caminar hasta la estación del correo porque se encontraba
muy lejos de sus casas; sus padres no le daban tanta importancia a esas
primeras palabras grandes y escritas desde el corazón. Juancho, en cambio,
llevaba caramelos, chocolates, dulces, fotos, y, por supuesto, los mensajes
importantes. En varias ocasiones terminaba empachado porque los niños le
invitaban los dulces que ellos intercambiaban entre sí. Ya se imaginaran la
ardua tarea, tanto trabajo todos los días era como para que se sintiera un
palomo de trapo. Pero ello nunca fue problema, porque cuando Juancho se
encontraba muy pero muy cansado, utilizaba su globo aerostático; de esta
manera, podía darse el gusto de descansar y tomar un poco de aire mientras
seguía repartiendo mensajes. El globo era de gran ayuda, sobre todo cuando los
encargos eran demasiados y ya no cabían en su mochila, ni en las patas ni en
las alas, ni en el pico; mayormente, eso sucedía en las fechas especiales como
en Navidad, cuando los encargos eran tan pesados como una montaña de juguetes o
tan altos como una torre de naipes. Los mensajes eran de niños para otros niños
que compartían con sus primeras palabras un diálogo colectivo; a pesar de no
verse en persona, podían conocerse a través de las fotos que intercambiaban.
Años más tarde, no sólo los niños le dejaban recados, también algunos animales
del bosque que no podían volar ni hacer grandes traslados, como culebras,
hormigas, patos, entre otros muchos más. En vista de tanta demanda, Juancho
tuvo que buscar la ayuda de otros amigos, y así fue como formó la compañía de
servicios de mensajería Juancho S. A. Ya no solamente era él quien llevaba los
mensajes: lo hacían también 10, 20, 30, 40, 50, 60, 70, 80, 90, hasta más de
100 palomos carteros, a los que se les iba capacitando en la escuela de
mensajería. Desde ese entonces hasta ahora, aún hay mensajes que se siguen
enviando a través de lo que conocemos como palomas mensajeras, o los palomos
carteros, como yo los conocí. Aunque actualmente son poco solicitados, ya que
tenemos otras maneras de establecer contacto y comunicarnos con los demás,
ellos todavía siguen prestos para llevar los mensajes de algunos animales y,
sobre todo, de los niños. De modo que, si tienes oportunidad de contar con su
servicio, entonces aprovecha, que los mensajes importantes siempre serán el
mejor regalo que puedas dar y recibir. Fin
AGUACERO DE PIEDRAS
El cateador
La blanca, cuy crudo y magistral, fueron
descubiertas por don Shanti el más gentil cateador del pasado y maestro de
muchas generaciones posteriores.
Conocía de palmo a palmo las zonas mineralizadas
del lugar y la ley de los metales, pero lo que más conocía era el celo del
mineral y la estación lunar en que se anunciaban, a lo lejos su olfato percibía
la emanación del metal y podía asegurar sin confundir que es plata o antimonio,
rastreaba la huella de los óxidos y ponía el oído en las fisuras de las rocas,
examinaba la vegetación y el vuelo de las aves, paladeaba el agua de los
charcos y chupaba las astilla de los breñales; deambulaba de un sitio a otro
como un enajenado y luego alzando la frente sudorosa, señalaba la veta
infalible.
Don Santiago era científico, sabía de la formación
de los metales, su ancestro indio le había dejado aquella experiencia, conocía
que sobre la superficie de tal o cual terreno mineralizado, que plantas se
desarrollaban y cómo sabía que donde había grillo negro, había hierro y cobre y
donde se posaba a cantar el togop, había infaliblemente plata..
Era un mago aquel don Shanti, tenía talismanes y
huayruros, bebía infusiones de panizara e inquillpumas, no le faltó en la
faltriquera la garra del puma o el huevo de una serpiente, un trozo de azufre y
otro de alcanfor, pero el detector más exacto que utilizaba don Shanti era
"el checo" que llevaba en la piccha arrullado en la fragancia de las
hojas de coca, una a una aquellas hojas con extremada solemnidad las ponía en
la boca, y luego de algunos conjuros y movimientos cabalísticos del "checo"
iba tomando forma "el bolo" y "armándose" el embrujo,
entonces don Shanti entraba en frenesí y comenzaba "el cateo",
recorría de uno a otro lado y el alcaloide de la coca hacía contacto con las
emanaciones minerales de la plata sulfúrica, del oro telural, con el cobre
selénico o con el tungsteno de cal y con ello don Shanti había descubierto la
veta.
PALLASCA MINERO
Una abigarrada colección de planos, de yacimientos
y de esperanzas; una turba de cateadores y traficantes han invadido y asolado
la zona, un desfile de visionarios acicateados por la ambición del
"oro". Hombres y nombres que aún conmueven y emocionan: Fritz,
Brades, Teófilo Claudett, Arturo Werthaman, Ernesto Henke, Frank Scott y Carlos
Arnuzzi.
Luego el geólogo vidente, el topógrafo profesional,
el teodolito de tres pies y su lente miope para fijar visuales y ubicar
pertenencias, amparos ensoñados y queridos como pachorgo y piticocha, como
consuso y pariachuco, huachara o chuquival, aracabo o maypur, como cuy crudo o
carangay o como ogopito y magistral, nombres oraculares y cabalísticos como
"osa madre" o "la aventura", "la casualidad" o
"porfía", para alucinar y fascinar y engalanar la razón social.
Sigue el campamento escuálido con sus tambos y
cantinas, la guitarra de "conchavino" o la concertina del feligrés,
en los cafertines de velis nolis de las maricuchas o juanachas se dislocan las
cinturas de los obreros en los esguinces y brazos de las bayaderas, y mientras
los obreros agotan esfuerzo y sudor en el pique o socavón y sus tímpanos se
atrofian con el retumbar de los martillos o el detonar de la dinamita, los
gerentes o juegan "rocambor" o cortejan a las secretarias, y entre
que en Lima, Chicago o Liverpool desembarca el patrimonio mineral de la riqueza
de pallasca, la provincia se empobrece, nada queda para el lugar porque la
patente municipal no se aplica o es muy parca, el carbón, el oro y el tungsteno
de la fabulosa pallasca ha hecho la fortuna de extraños y la miseria de los
nativos, masas enormes de lo que fueron hombres deambulan su silicosis y los
borrachos y ladinos que sobreviven son una escoria amargada, de aquél
maquiavélico cambalache va surgiendo una conciencia de protesta y rebeldía que
va dinamizando el ritmo del nuevo trato por los canales de la justicia social.
El emporio es envidiable y la codicia y ambición
tienden su torba asechanza, el descubrimiento de una nueva veta suscita un
interés desorbitado para adelantarse a la delegación a formular el denuncio, en
este afán reluce el puñal y el revólver riela el vértigo fatal, Shenedollé,
Hank Ford y Emé, Gálvez, puente y tejada y muchos más murieron en aquella
carrera alocada del "oro" o del "tungsteno".
FLORES EN LA CUMBRE
" La Pagra"
Por los cinco mil metros de altura garbean las más
exóticas y bellas flores peruanas. Sobre un manto de esmeraldas y por entre los
bellones del fino pajonal que la acuna y la mece está la planta de la
"Pagra" de hojas suaves y lanceoladas. Aquellas hojas ledas y
melancólicas son como la pana o el terciopelo o como la felpa de seda de armiño.
El color de aquellas hojas es de las violetas o es del arrebol de un celaje o
del tono argentado de la plata. aquellas hojas blondas y albas parecieran
revestidas de encajes de nubes, suaves son como un soplo de espuma o de
arrebol, tenues, parecieran de lirios.
Una rara y dulce melodía hay en aquél tono lácteo, de la malva, de ámbar o Nácar, el peciolo largo y juncal como el de un tulipán sostiene la maravilla de la flor que se abre espléndida dando a relucir aquél su color de oro de sol auroreal al centro en medio de un disco de tono lunar amarfilado.
Y la corola verde-azulino del cáliz se encarruja en los bordes para dar marco y relieve a un campo de oro reverberante formado por miles de apretujados estambres; la flor versicolor y rutilante fuera más de topacios o de haces de luz dorados; una caída de reflejos caleidoscópicos hace de la flor una maravilla luminiscente que deslumbra a la mente y traspasa al corazón.
Lo que más seduce y arroba es que la "Pagra" pareciera un infante o un querube con una carita rubia de serafín y su gorro de felpa. Una leyenda milenaria y bella que la tradición conserva y evoca narra que del furtivo beso de un ángel y de una ninfa brotó la "Pagra", de ahí su semblanza de niño, su caudal de inocencia, su albor inmaculado y la ilusión y emoción que despierta y cautiva, flor de un sublime amor, fruto inocente de una caricia, de la melodía de un ósculo o de la ambrosía de un beso, ensueño romántico que desvaneció el rayo o que perturbaron los maleficios de los duendes, gracia que se eclipsó al despuntar la aurora o reverberar un crepúsculo para no quedar sino como una flor de la melancolía o como la estela de una nostalgia, flor por eso más querida y más ambicionada.
Los galanes más Apuestos lo ponen a los pies de sus doncellas como homenaje del más puro constante, esforzado y casto amor y también como el símbolo de la felicidad y fecundidad, tomada la flor queda sellado el compromiso, ya nadie osará interferir al zagal y la novia no volverá a ser requerida ni por los más osados ni por los más poderosos, aquella flor es el símbolo de una constancia romántica y de una fidelidad inmarcesible.
"la Rima Rima"
Asociada a la alquitadrada "Pagra" está
la flor de la "rima rima" con sus trémulos pétalos verdes de begonia
de puna, aquellos pétalos han acunado sones desde el tronar de las tormentas
hasta el melifluo tono de las aves, de aquí el sortilegio de esta flor que da
tonalidad y énfasis a los trovadores para recitar sus endechas y hacer hablar
hasta los mudos, la rima rima capta el fragor de las tempestades y la música
sideral de las armonías del universo, captó de las cascadas aquella su
resonancia de ópera y de los arroyuelos del vergel el arpegio melodioso de una
aria.
En el rumor de las fuentes encontró partituras
sublimes para alucinar a la fantasía, los mancebos del lugar encuentran en la
"rima rima" el embrujo de la elocuencia, el verbo lúcido para
deslumbrar y conquistar gacelas, la oratoria para fascinar con la belleza de la
palabra, cadencia y rima es el verbo y edulcurado el tono, no hay fortaleza que
no se rinda y se entregue extasiada, es que no hay bella palabra que no
contenga un bello pensamiento ni tesoro de elocuencia que no se extraiga de
cofre de oro o de cantera de diamantes, y los bardos enamorados como los mirlos
y las calandrias vierten su efusión en notas de dulce sonoridad y de luciente
pedrería, y la palabra encandilada por el amor da a brotar voces deslumbrantes
como el palio y brocados de los crepúsculos.
Como el arrullo o el melindre de las fuentes, como
los espléndidos jiyeles de los lampos o como el dulce efluvio de las alboradas,
luego cala hondo en la oda o en el madrigal y es elegante y fino en el piropo,
sutil y ameno en el refrán, dulce y garbeador en los requiebros.
Tiene de maybur y aracabo el brillo del oro nativo
y la grata melodía de aquél metal, tiene del bronce de magistral, tiene del
tungsteno de consuso el fino y duro cincel que burila y pule y afilagrana el verso;
tiene del éter y de la nubes de su cielo la maravilla de sus metáforas que
exaltan la belleza y dan calidad al arte, y de los nevados y corrientes
cristalinas tiene el brillante níveo y diáfano para el emporio de sus arcas y
solaz de su dicción.
"El Guagor"
Un espinoso como verde de cactus es la planta
agresiva y original que da a brotar a la flor del guagor, es del cinabrio o de
la glosularia? hermosa, el sol del medio día se ha licuado en su cáliz y dado a
reverberar tonos granates en engarce con el oro y la laca para engalanar la
puna y hacer delirar a la fantasía.
La paleta de los pintores no lograría jamás aquel
tono de fuego rojo anaranjado que flamea en el fondo de la flor, y sube en
haces miríficos por entre pétalos transverberados, de allí han salido los
bermellones de los crepúsculos que diademan las cumbres nevadas y los ocasos
marinos.
El guagor pareciera un tulipán aclavelado y cerúleo
con tonalidades de coral y opel en los bordes, en el fondo los tonos de zafír o
de rubí están en una orgía y lujuria de color para acabar en el rojo de hoguera
ardiente y en una vorágine dantesca, grandiosa y apoteósica es la flor.
La mirada se embriaga en sus tonalidades y en su
hermosura el corazón se embarga, el doncel que brinda una flor de guagor no siente
las punzadas de las espinas cuando las toma para ofrendarlas, y la requerida
engalanada con el más exótico presente se identificará con ella; las espinas le
preservarán de la codicia o de la ambición.
El Chamuchuy
Por sobre el tapiz verde de la jalca donde
enseñorean los títulos reales la Pagra, la rima rima y el guagor, están los
seductores chamuchuyes, florecillas humildes y vivaces que salpican el
alfombrado de la puna con aquellos sus pétalos de oro o púrpura, el campo
gélido o ahíto está como tachonado de topacios para decorar el escenario o
albergar el consuelo, en algún festín sideral se vaciaron un cúmulo de
estrellas incandescentes para engarzarse en el manto de esmeralda de los llanos
de la jalca carece de tallo el chamuchuy, la flor surge y brota de entre el
terso césped como un copo de nube amarilla o como trocitos de luna por sobre
aquella sábana florida sobreviene el idilio pastoril más tierno y puro de las
alturas haciendo rodar los cuerpos por entre pajonales y chamuchuyes, más abajo
y al calor del aprisco las parejas reeditan las escenas, y nada es más
ensoñador que un pastor galante y una gacela en celo, el viajero que cruza la
pampa tiene ante su vista un escenario fabuloso cuajado de florecillas maravillosas,
camina entre un cielo estrellado o por las praderas de alguna alborada?
virginales aquellas flores son de rocío, de copos de alba, de haces de luz o de
fantasías de cierzo tornasolado? aquellas florecillas luminiscentes no están
esparcidas al azar, ellas marcan las coordenadas del viajero y el laberinto que
el pastor recorre a diario por entre el millar de rutas de la puna.
Una infinidad de sendas tientan y confunden, unas
van a las cumbres otras a los abismos, pero otras más incitantes van a la deriva
por entre un dédalo de huellas orilladas por el oro y el múrice de aquellas
florecillas náuticas, otras rutas están marcadas.
La pastora que apacenta su rebaño puso de trecho en
trecho sobre la corola de las flores hilachas de lana o hebras de su cabellera
que el cholo advertirá al flamear el viento, otras hileras de chamuchuyes más
cómplices y románticas guiñarán al galán y guiarán sus pasos hasta el albergue
de alguna cueva donde la moza en una muelle alcoba de paja yacerá la tibia y
jugosa confitura de su cuerpo virginal en espera del zagal enamorado.
CACIQUES Y KURACAS
!agua, agua, agua!
El curaka Huaynamango en el gobierno pre-inka se
las compuso para liberar a las mozas de chaupis, torongas, quichuas y checras
de transportar agua en cántaros desde las lagunas encantadas de shullavara al
poblado de Pallasca. Aquellas mozas bellas y macizas eran lindas y arrobadoras
y cuando llevaban los cántaros al hombro dejaban admirar senos próvidos y
cinturas fascinantes.
Huaynamango se prendó de las gacelas y las cuatro
le impusieron la condición de ser suyas si se las liberaba de la esclavitud del
agua y del fantasma de la sed, el curaka aceptó las condiciones y enseguida
movilizó a su gente y tendió una red subterránea de cuatro canales a prueba de
siglos para dar agua a los cuatro barrios donde habitaban sus dulcineas, de
huacchumachay o de chonta, de tumabamba o pusacocha, no se sabe de que largas
distancias llevó el agua a Pallasca aquél genio enamorado, los canales pasaban
por discretos vergeles y llevaban cada una de ellos la fragancia inestimable de
la Panisara, el Torongil, de la hierba Luisa e Inquillpuma.
Hizo de los cuatro barrios un edén florido, donde
cada una de sus amantes le prodigaban sus encantos, la red de agua iba tatuada
en medio del seno de cada una de las mujeres y debería transmitirse igual en la
doncella primogénita de la estirpe, al correr del tiempo se secó una vertiente,
por el éxodo de las primogénitas no había el plano para la relimpia, la sed y
la sequía agobiaban. En algunos pozos una esponja mitigaba la sed, doña
Hermelinda fina, última primogénita de la estirpe de Huaynamango casada en
buenas nupcias con don Ángel Lagomecino hubo de irse a Chachapoyas a raíz de la
expulsión de los jesuitas en la provincia, en la época del virrey Amat, ante la
amenaza de sequía un lejano antecesor de don Nabucodonosor Ecobinarrobles se
constituyó donde fina y tras un violento proceso judicial se tomó copia de la
red de irrigación que escondían los opulentos, marfíleos y pundonorosos senos
de la real dama.
La "sentencia" mandó tatuar el plano en
el seno de las cuatro doncellas más Apuestas de cada barrio y que la sucesión
primogénita continuaría la tradición ininterrumpidamente, cuantas balas y
manoplas se han gastado desde entonces cada vez que la sed de los zagales los
llevaba a buscar en los senos de las doncellas la red de los puquiales, donde
abrevar, y cuando no se hallaban las finas los zagales recorrían por los
poblados aledaños en busca de la linfa, cabalgaban briosos corceles, los jinetes
iban hieráticos y estatuarios, relucientes, con las cabelleras aceitadas y las
frentes altas, empolvadas en el camino, llevaban costosas casacas de cuero,
llena de botones; nuevas las botas de tubo, los jatos y los estribos con
aderezos de plata y las espuelas roncadoras afiladas y deslumbrantes, del cinto
pendía el revólver y una carabina de la frentera de la montura, parecían nuevos
pegasos mitológicos o antiguos caballeros de las cruzadas, los caballos de
raza, domados para lucirse en las justas patronales de los pueblos eran
ejemplares valiosos, los lomos bien conformados, recias las grupas, ágiles y
nerviosos los miembros, los cuellos fuertes y flexibles, los crines bien
risados, los pechos turgentes y erguidos, las cabezas cortas y en alto y los belfos
sensitivos, aquellos corceles eran legendarios.
Al entrar a las poblaciones los caballos acicalaban
el paso y los jinetes acomodaban sus posturas, el trote atronaba el espacio y
los cascos herrados hacían brotar chispas del empedrado de las calles, los jinetes
encabritaban a los potros, los hacían relinchar o piafar dantescamente y con
una habilidad extremada retenían a los enajenados animales logrando empalmar un
paso galano y marcial, aquellos pasos emparejados eran como endechas y
resonaban como himnos triunfales.
Las gentes atónitas de los poblados o huían o se
escondían ante el rebullir de los cascos o al atronar de las carabinas....
!!los pallasquinos! !los pallasquinos! ! era la voz de alarma o el grito de
ansiedad de algunas valerosas mujeres que desde sus balcones espectaban la
entrada apoteósica de los jinetes y el cabrioleo elegante de los corceles, ya
cuando el asedio o la conquista no era botín que satisfacía, la carrera volvía
a empezar más anhelante y cruenta, los caballos crujían impaciencias, eran
incontenibles, saltaban abismos y vallados, más volaban que corrían y de sus
fauces y de sus pechos el viento desprendía espumas, como una flecha alada
cruzaban los espacios y los jinetes traspasados de emoción con los ojos
desorbitados tras la visión del !agua! acosaban a los brutos y en el vértigo de
la velocidad parecían escuchar el eco del murmullo de alguna fuente que
incitaba el empeño... y en tanto que el sol quemaba inclemente en los campos
encandilados, se angostaban los vergeles y la resolana doblegaba a los
centauros.
En el camino reseco y calcinado sonaban los cascos
como voces crepitantes repercutiéndose en las cumbres y volviendo el eco a
resonar !agua! agua !agua! en el galopar acompasado de los corceles parecía
escucharse la modulación de !agua! agua! agua! y los jinetes absortos y
traspasados jadeaban voces entrecortadas !agua! agua! agua! las miradas
desorbitadas en el paroxismo de la ilusión parecían ver caudales de !agua!
agua! agua!
El rapto
Legendaria es la fama de Tambamba, escenario
ensoñador del paisaje, olímpico parnaso de los bates y templo de cupido en
Pallasca, riñó allí un antecesor del príncipe Apu Pomachaico con el cacique
Atun Osco y se quedó con la bella Llullu Urpe, princesa de marca Huamachuco,
hermosura primaveral que en peregrinaje idílico acampara en Tambamba para pasar
a Cuyubamba a prestar juramento de amor.
Mucho antes el emperador Huayna Capac cayó en
Tambamba cautivo en los brazos de una ñusta del lugar, de este idilio real,
nació el inca Apallasca Vilca Yupanqui Tukihuaraca, ahijado de don Francisco
Pizarro y padre de Apu Pumachaico; Huayna Capac y Apu Pumachaico, hicieron un
edén en Tambamba, las flores más bonitas y exóticas y los nidos de las
avecillas más hermosas engalanaron el escenario, y las parejas enamoradas
hallaron allí un lugar furtivo para la aventura amorosa, desde entonces
Tambamba era el recinto del amor, cuando Gualbina sintió la curiosidad de
conocer el paraje era porque le acosaba su radiante juventud.
En Pallasca, una guitarra y un revólver tenían
igual o mayor valor que el arte de amar de Ovidio, uno y otro debería tener
todo buen pallasquino, y mientras la melodía de las guitarras edulcoraba la
campiña los tiros de un revolver hacían caer una estrella, y aquella dulce y
tierna doncella fue codiciada por los galanes que merodeaban en los contornos.
Por las noches la casa de Gualbina fuera asediada
por las serenatas de varios grupos de mancebos, laudaban endechas de amor,
rivalizaban los cantares y las guitarras y concertinas emitían melodías
cautivantes, otros grupos escalaban la morada y abriéndose paso con manoplas y
bastones alzaban con Gualbina, por entre un cerco de serenatistas a tiros de
pistola y golpes de cachiporra.
Cory Saya
la comunidad de Taule, de milenaria estirpe
pre-inca es sucesora de aguerridas generaciones que siguen defendiendo los
intereses de la comarca, un regimiento taulino por orden de Huayna Capac fue
trasladado en misión especial a la región de Andahuaylas quedando desde
entonces vínculos inolvidables.
Cory Saya, real primogénita del cacique de Taule
por cortesía de linajes se educaba bajo el amparo de la comunidad de atacara,
decíase de Cory Saya ser la más bella de cuantas hermosuras hubieran habido en
Taule, jornada romántica y sugestiva para el iniciado en estas aventuras fuera
aquél viaje de búsqueda de la belleza y de la dulcinea tras un largo recorrido
emocionante el diletante se aproxima al escenario.
la ruta entrecruza colinas y avisora los oriflamas
del océano y de la selva, mucho antes de Atacara se advierte que el río Pampas
avienta un muslo por las playas de Huacuray.
Atacara está prendida en la pendiente, su capilla y
su plazuela son los centros neurálgicos de donde brota la emoción vital, a un
costado está Concoyllur, y el clán de turno que atiende a Cory Saya, le dicen
dina y la tienen en Talavera, tras prolijas búsquedas, la tengo a la vista con
uniforme de colegiala, sabe que soy amigo de la comunidad y me muestra su
satisfacción, dina es una belleza india, de la más pura sangre kechua, robusta
es un retoño lozano, su rostro redondo es cautivante, su torso exhúbero es
arrobador, el arco de su frente es de una ñusta imperial y sus labios carnosos
son de moras silvestres..
Los dieciséis años de dina son primaverales, todo
en ella es superior a la fama, una vitalidad juvenil explosiva irradia de su
ser y pareciera más un efluvio de melodías, esbelto el cuerpo egregio, los
aires de Taule rimaron la elasticidad de sus flancos, su cara alegre de amapola
es como el de un crepúsculo rosa y un halo de rubor de doncella hace de ella
una hermosura deseable, sus ojos grises y tranquilos son más como un rocío o
como un joyel de ágata, belleza inefable por perfecta excluye el deseo y
suscita en el alma una sensación de sublimidad y de infinita evasión.
Yo he besado esa frente como quien besa a una
vestal y besé sus labios trémulos como quien besa a un ángel, y dina sublimada
por la emoción prometio más: no vivir sino para éste su providencial idilio, y
aquella ñusta juvenil que nunca había besado presentía la nostalgia de que sus
labios añorarán la ambrosía saboreada.
Las pepitas de
Catalina
En Aracabo, a inmediaciones de Cabana Catalina
Pashas laboraba en los molinetes y cada vez que advertía incrustado o suelto
alguna chispa o pepita de oro insensiblemente se la echaba al seno, los mozos
que las mismas faenas trabajaban con Catalina sabían de la predilección de ésta
y al final de la jornada diaria con una discreción inaudita hendían las manos
en el seno y soltaban allí el puñado de chispas, de paso aquellas manos topaban
las "pepitas" de los senos y como si hubiera estallado una corriente
aquellas manos salían electrizadas, en el camino los mozos se disputaban el
privilegio de acompañarla y el asedio amoroso era creciente, Catalina que no
alentaba a ninguno se creía obligada on sus "proveedores" a disimular
por igual la zalamería de su sonrisa como gratitud compensatoria, Cata tenía
veinte años y hacía cuatro que pallaba diariamente para si de veinte a treinta
gramos de oro, la mina era un emporio y no se reparaba en menudencias, alta y
esbelta era Catalina, una belleza campesina arrogante y turbadora, en la piel
de canela el sol fulgía reflejos de ónix, sus piernas garbosas y fuertes, las
caderas suculentas y el torso exhúbero, en el pecho enhiesto las dos pomas de
los senos, duros y rebosantes, pugnaban por volar, y los pezones, es decir
"las pepitas de oro" que superaban a los de Bethsabé en la pintura de
Rembrandt, eran las falenas refulgentes de la lubricidad victoriosa, el cuerpo
se había burilado en los molinetes de las minas y aquellas piernas que movían
una mole de granito de diez quintales tenía a raya a sus pretendientes.
El dueño de las minas se enamoró de Catalina, es
decir que ansió abrevar en fuente tan codiciada, se las arregló para que aquél
quintal de cuarzo con chispas de oro que fuera el orgullo de su colección fuera
a aumentar el tesoro de catalina.. una noche tropezó catalina con una jauría de
sátiros que se habían apostado para asaltarla, el lazo que anuló sus brazos
dejó libre los pies, aquellos pies que molían cuarzo, molieron costillas
aquella noche, al siguiente día tuvieron que enyesar aquellos huesos y examinar
las magulladuras que el lazo
hubiera causado en el torso de Catalina, y cuántos estuvieron en el acto se deslumbraron ante las "pepitas de oro" que llamaban a los senos de catalina, eran más próvidos y más ricos que los cuernos de la abundancia, aquellos senos de bronce pulido llevaban dos broches de rubí por pezones, los vecinos de Llactabamba celebraban el primero de mayo aquella antigua leyenda de las nupcias del sol con la primavera, don Anlogelio Soria hacia de sol y Catalina de primavera.
hubiera causado en el torso de Catalina, y cuántos estuvieron en el acto se deslumbraron ante las "pepitas de oro" que llamaban a los senos de catalina, eran más próvidos y más ricos que los cuernos de la abundancia, aquellos senos de bronce pulido llevaban dos broches de rubí por pezones, los vecinos de Llactabamba celebraban el primero de mayo aquella antigua leyenda de las nupcias del sol con la primavera, don Anlogelio Soria hacia de sol y Catalina de primavera.
El platero Simón Espinoza, célebre descendiente de
los orfebres Espinoza y Calamaca de Chunapampa confeccionó las sandalias de
Catalina con hebras de oro maciso ribeteado los contornos con engarces de
esmeraldas y rubíes, el correaje era una áurea cadena que remataba en broches de
brillantes, una túnica de lino blanco flotaba por los hombros y el torso y una
falda corta cubría las caderas, los brazos desnudos eran rebosantes y una
diadema de perlas con borlas de hilo de oro a los lados ceñía la frente
imperial, un mes antes Catalina había sido sometida a un masaje diario con
ungüentos, resinas y yemas de huevos de canario mezclados con finísimo polvo de
oro nativo, aquél cuerpo escultural tallado en cuarzo o marfil deslumbrante y
espléndido, en medio de la espalda había un surco ensoñador que el sol
encandilaba haciendo aflorar el deseo, de allí fluía aquél garbo sensual que
seducía a la multitud.
La fiesta para entonces duraba ocho días y recorría
de casa en casa llevando en andas a Catalina, en los solares se bailaba y las
pallas de "la primavera" hacían la delicia de la mocería, en las
noches proliferaba la aventura idílica, y Catalina que siguiendo la tradición
acabaría casándose con con Aulegelio Soria prendía el geniceo ofreciendo la
maravilla de sus encantos y rindiendo a los más avezados galanes, célebre los
besos y abrazos de Catalina, los labios que ambicionaban su boca deberían
recorrer el cuerpo, satisfacer la ansiedad de los pezones y acabar en los suyos
ardientes y anhelantes, después de éstas caricias los varones favorecidos
podían consolarse de sus magulladuras con el recuerdo de los gloriosos
holocaustos..
El encomendero don Segismundo corrió en la subasta
del castillo de Pashas consiguió que en la postguerra de Catalina se incluyera
sus sandalias de oro, aquellas fueron a parar a España a cambio de un título de
nobleza, y como don Aulogelio Soria fuera el señor del cacicazgo de
Llactabamba, aquellos principados volvieron a unirse bajo los auspicios de
Catequilla, divinidad rebelde instalada en nuestros lares, después de haber
vaticinado.
ALEGORIAS PAGANAS
La orquídea y la
shona
Nació en Hualalay el más vergel encantador de la
campiña tauquina y cuando el botón del rosal estaba para abrirse se la llevaron
a lima, aquella flor primaveral era un portento de hermosura, su aparición en
la capital coincidió con la aparición de la exótica orquídea.
pero mientras que la orquídea era sólo inefable la
shona era adorable, y en tanto que la orquídea podía suscitar la admiración la
shona podía prodigar las más dulces caricias; y mientras que la orquídea
transportaba al alma a lo sublime la shona transportaba la ilusión a un edén
paradisial, la belleza de la orquídea era para el alborozo de la vista y
glorificación del arte, la belleza de la shona deslumbraba la vista y
magnificaba el placer sensorial, era la una la idolatría del artista, la otra
era la idolatría del artista enamorado, apenas si a la orquídea se le podía dar
un ósculo mental, en cambio a la shona se le podía besar a profusión, terso e
impalpable los pétalos de la orquídea, suave el cútis de la shona y sensible al
beso y la caricia, los colores de la orquídea fascinaban por su tono novedoso, los
tintes de la shona eran de la primavera, aquellos arrobaban la mente, éstos
embelesaban los sentidos, el más pequeño pétalo de la orquídea bastaría para
engalanar una exposición de flores; un sólo seno de los de la shona habría sido
suficiente para proclamar la excelsitud del arte y la maravilla de la belleza,
la orquídea aquietaba el espíritu y lo transportaba al ensueño, la shona lo
enajenaba y lo transportaba al deliquio amoroso.
En posesión de la orquídea se gozaba el placer de
lo bello, en posesión de la shona se gozaba la gracia de la belleza y el placer
imponderable de la creación artística.
Lilia
Con el recuerdo de sus aires de gacela y del alto
encaje de su blusa al que una falda aleonada daba a su persona fisonomía de
fiesta y de conquista...acampé en Talavera de la Reina.
Para este viaje traía su imagen para mi solaz y
alborozo, la luminaria de sus ojos para las sendas oscuras, el clavel de sus
labios para mis ósculos mentales y el rocío de su boca para refrescar mis
fatigas.
Con mejores recados nadie como ella habría colmado
mis mochillas, en Talavera la colonial encontré su cabellera en la espiga de
sus trigales y en las flores del campo que salpicaban las praderas encontré la
lozana primavera de su belleza divina, el sol diáfano y dorado tenía el
resplandor de sus miradas y el céfiro galano y odorante la melodía de su garbo
de bayadera.
En el día la florida campiña es una afiligranada
acuarela, en las noches el cielo estrellado es ensoñador y sortílego, en los
vergeles del prado cojo sus flores y siento en ellas la tersidad de sus
mejillas y en los puñados de pétalos que mis manos abarcan, hundo mis labios en
busca de sus besos.
El paisaje es evocador. El recuerdo suscita a la
amada lejana y trae a la memoria al ser idolatrado y en la mente... aquella
imagen se hace real, su compañía es una primicia angélica.
Por las noches aquella imagen es una blonda y tibia
sensación que se arrulla a mi cuerpo como un copo de armiño o un lazo de lirio.
Y dormí así acompañado como duermen los querubines
en el paraíso o las tórtolas en sus nidos de plumas, así debieron dormir Orfeo
y Cupido en los opulentos senos de Eurídice o en los delicados brazos de
Psiquis.
Al amanecer el trino de las aves del jardín me
obsequia su himno matinal y por entre los intersticios de las puertas y
ventanas se filtra el sol como una bandada de canarios, en la mañana es otra
maravilla, igual que su rostro radiante y la música de su voz se deja oír.
Elegías
Conocí el dulce dolor de la ausencia, el valor
íntimo de una lágrima, el silencio de la soledad, el oriflama aperlado de las
lejanías y la tristeza infinita de la espera, la melancolía, aquella bella flor
del recuerdo y la nostalgia, aquella invocación de reclamo....hicieron de mi la
vestal de un culto idólatra.
Y adoré más para valorar mejor; por que el bien es
más codiciado cuando falta que cuando se tiene, conocí el valor del consuelo,
de la ternura, de la esperanza y también sufrí el temor del olvido.
La hermana sor Manuela tuvo en aquél monasterio una
piedad infinita para mi, puso costra de goma en mi cara para evitarme las
molestias de la admiración, y en el oratorio y la biblioteca me recreaba
encontrándote, en el oratorio te adoraba como a un ángel o a un dios y en la
lectura de los clásicos encontraba el contacto de tus besos a traves de los
versos de san Juan de la Cruz o de sor Teresa de Jesús.
Más tarde rehuí el oratorio y temí profanar el
sagrado templo, me horrorizaba el recuerdo de Eloisa y me sentía desfallecer
ante las alegorías paganas de las bóvedas e imágenes, que me daban la sensación
de que aquellos fáunos y sátiros hubieran de desprenderse para perseguirme.
Huí del confesionario donde el tono de mi voz y la
fragancia embriagadora de mi juventud hacía temblar la castidad de aquel
venerable sacerdote, me recluí en la celda más tétrica para apagar el incendio
de mis cirios y ocultar aquella mi belleza turbadora, y mis sienes en la loza
áspera y fría no se serenaron y más bien percibían aquel olor sensual que brota
del roce del granito con el pedernal.
Y cuando la soledad comenzaba a seducirme, me
anunciaron tu retorno, y aquella flor clorótica del monasterio volvió a tener
en tus brazos sus tintes de azucena y su efusión fué la efusión de la primavera
y su fragancia el de los azahares en el bouquet de las novias.
El beso
En el kiosco del jardín guarnecido de mosquiteros,
leíamos o nos besábamos, antes de los consejos de aquel sabio naturalista que
visitara tu finca nos besábamos a profusión, intuíamos que el beso era una flor
primaveral y el sortilegio que renueva la juventud.
Y no es que sólo fuera el contacto de los latidos
sino y mucho más el concierto de los sentimientos del alma, toda la experiencia
de los siglos y el refinamiento del arte cobra nuevas y más ardientes
emociones, habitada y sumisa, sintiendo que el placer inunda, anhelaba
sumergirse en sus latidos y desaparecer en su vorágine, nos transmutábamos,
teníamos la sensación de absorbernos.
Y en verdad yo desaparecía en sus labios y me
sentía engarzado en sus entrañas, y en el deleite de vivir aquella ilusión, me
arrobaba, una atmósfera de ensueño nos tenía inmersos en la melodía de aquella
sonata amorosa que deja el eco de un beso, recuerdo sus referencias a Shören
Keirkegard, aquél autor del existencialismo, que hubiera pretendido escribir
"los elementos de la teoría del beso" y que en París ensayara
practicar.
El beso para ser tal, debería expresar una pasión,
decía Shören según referías, pero tú, eximio estilista del beso le añadías el
acto eucarístico, el sentimiento de la eternidad y la sensación de lo sublime,
era así el beso "la comunión de dos almas en una sola eucaristía".
AÑORANZAS DE AMOR
Huataullo
Tras muchos años de esfuerzos en gabinetes y
ateneos volvía don Eusebio al solar familiar en un plan de visita y vacaciones,
Jovita, hija de su administrador, era una colegiala encantadora.
En Trujillo se había despabilado y fuera en la
hacienda huataullo una primaveral belleza juvenil, don Eusebio la tomó de
secretaria y bajaba a los temples de santa Ana en las riveras del marañón.. el
trópico despertó a don Eusebio emociones nuevas y desconocidas, aquél personaje
adusto y severo, pero intelecto o pura abstracción se iba compenetrando de la
vitalidad y de la paligenecia de la selva, del aroma enervador de flores
misteriosas, del efluvio voluptuoso de las aves, del color sensual del follaje
rico, de la sombra protectora de los bosques, bajo cuya complicidad se fecundan
los seres y los sátiros pululan tras las ninfas de las corrientes.
En la ondulación sensual de las lianas rememoraba
el perfil lascivo de bayaderas y náyades en las pinturas de Poussin y Boucher
del museo de louvre.
Los cogollos lozanos en brote exuberante tenían
arrogancia de efebos y las mariposas multicolores se aposentaban en sus hombros
como cortesanas vencidas por la lujuria.. las hojas sensitivas del follaje se
adherían a su cuerpo envolviéndolo en su vaho odorante, los ramazones se
enlongaban en abrazos voluptuosos y el polen afrodisíaco de las flores
excitaban sus sentidos y le cargaban de deseos inconfesables.
El murmullo de los remansos y la melodía de las
corrientes como una lejana canción de sílfides exaltaban su robusta juventud, y
aquél arpegio de los zagales tremolaban en el bosque para dormir a las
serpientes; se sumía en el vértigo de un sopor embriagador.
Y cerca o lejos de la pompa florestal los chacales
y los tigres se ayuntaban en las hojarascas en tanto que en las cimeras de las
frondas o bajo el palio de un sol abrazador se fecundaban las aves.
Al pie de los troncos añosos hacía días yacían
entrelazados dos lascivas serpientes, mientras que los coleópteros caminaban
emparejados y los cisnes refundían su vértigo por entre las aguas de los lagos
absortos, el trópico es el altar del amor, ahí todo es enigma y maravilla y
aquella Jovita sencilla y angelical y aquel hidalgo escéptico y cerebral fueron
ganados por el paisaje.
Un buen día inadvertidamente se encontraron sus
labios en un afán incansable de frescor y ternura, el idilio fue paradisiaco,
el giro de aquél romance singular hubo de cambiar por los proyectos
matrimoniales de la madre de don Eusebio, y una dama de calidad fue la consorte
oficial de aquel paradigma de la hidalguía.
El matrimonio duró lo que dura la flor en un
bouquet y don Eusebio hubo de regresar a su hacienda en busca de la soledad,
para serenarse y fortalecerse, de la esposa no le quedó sino una visión de
penumbra, mientras aquella fuera de calidad social Jovita era de calidad
primaveral, la esposa había deslumbrado a la sociedad con su hermosura, Jovita
deslumbraba a la naturaleza con sus encantos logró la paz de don Eusebio y
consiguió que aquel genio no viera en ella sino la azucena eucarística ensoñada
por él para dormirse en la delectación inefable de un ensueño angélico.
Jovita es un esmerilado prisma de ópalo y topacio,
en ella los colores cálidos del rojo están en sus labios y del amarillo en el
encandilado ámbar de su torso de ónix, en su rubor hay un carmín angélico que
sólo un artista enamorado podría percibir y captar, una sonrisa de Jovita era
un crepúsculo auroral y cuando esa sonrisa se cubría nimbaba en las almas el
esplendor de la primavera, en su risa están los villancicos que los ángeles
cantan cuando están enamorados, está también el sortilegio que excelsa y
subyuga.
Todo fue ofrendado a Jovita, la pompa del trópico a
sus pies y aquellas caras ilusiones de don Eusebio se pusieron de hinojos ante
ella para venerar su belleza sin igual.
En éste portentoso escenario donde no hay más
transición que la metamorfosis, se pierden las huellas de la proporción y de la
historia y comienza el tiempo de la eternidad y el reino del misterio y el
mito, aquí Jovita es como una diana, la ideal virgen de los bosques y la pureza
más constante del amor, en realidad Jovita debería ser diana, porque belleza
tan encantadora no se encuentra en la realidad sino a través de la concepción
artística.
Y para admirar y amar a Jovita fuera menester tener
una naturaleza poética para gozar debidamente del placer de aquella belleza,
nunca se amará lo suficiente a una beldad tan deslumbradora como aquella de
Jovita. Belleza que anega al corazón, que eclipsa los sentidos y ciega las
facultades.
Y amándola desesperadamente siempre se le amará
poco; porque una gracia tan extraordinaria no será suficientemente amada sino
por santos y dioses.
Una a una se iba desprendiendo de las prendas de su
atuendo y el resplandor de su desnudez poco a poco iluminaba la estancia,
posaba a la vista su excelsitud y erguida como una estatua de cristal daba a
admirar el tesoro inapreciable de su implacable belleza.. luego en las
flexiones de los movimientos aquel cuerpo de hada o de ángel mostraban las
alhajas de sus primaverales encantos de mujer, y las manos expertas, milímetro
a milímetro recorrían por su cuerpo comprobando los quilates de cada una de
aquellas joyas de arte.
Y además, de la elegante desnudez Jovita tenía la
lozanía de la juventud, la belleza espléndida de la proporción y el encanto de
una ternura indefinible, y sobre todo posaba también su ensueño, la plácida
ventura de sus ilusiones, el halo de adoración y admiración que ungía de pudor
aquella desnudez, y la pluma de un poeta como encantada por el fulgor de tanta
maravilla anotaría e inventaría aquellas prendas con la emoción del frenesí del
iniciado, aquellos apuntes guardarán incólumes un cúmulo de líneas iridiscentes
para la escultura y otro tanto de color y melodía para engalanar y exaltar la
pintura.
!Que ambrosia de sus senos! , su opulencia se
hacían en su cara y eran más para el placer de una ensoñación que para saciar
en el infinito deleite, tendida y ululante sobre los edredones azules de la
alcoba parecía un gajo de luna o un coágulo de luz, las Venus o las majas desde
Cabanel a Goya no tuvieron los capullos de las flores que engalanaban de color
y tersidad la áurea luminiscencia de la desnudez de Jovita, en el torso los
senos erguidos tenían verberaciones de ámbar y en el fondo de las gráciles
caderas habían esbozos de arrullos de cuna, cada uno de sus miembros emitían
tal melodía armónica que parecía la sinfonía de Shubert, que una escultura de
Fidias o una pintura de Coussin.
El fuego de las pupilas de don Eusebio la
transverberaba y el acorde del ritmo de sus hechizos la tenían transportada en
un deliquio paradisial.. sus abrazos gráciles y cabalísticos como un dogal de
armiño o de lirio enlazaban y galvanizaban su cuerpo traspasándola de
embriaguez....y un salmo lejano acercaba su melodía para orquestar la partitura
de amor que emitían los corazones enlazados.... evadidos del prosaísmo del
mundo y transportados a las regiones del ensueño la emoción que aquél
recogimiento brindaba, era algo así como el efluvio de una plegaria.
Doralisa
El geólogo Morris Scitovsky estudiaba los lavaderos
de oro de Maybur, cuando su esposa conoció a Doralisa en aquél su campamento de
Shindol, Litta, como así la llamaban a aquella excepcional gacela, era un
capullo de dieciséis años, más linda que las flores del vergel y más luminosa
que las estrellas, su lejano ancestro europeo se delataba en aquél su tinte de
melancolía y nostalgia que hacían de ella una flor exótica.
La campiña exhuverante y próvida había hecho de
Litta una mujer especial, alegre, rebosaba en ella la felicidad; en su voz
argentada había el trino de las alondras y la ansiedad romántica de las
gacelas, en su cara los tintes de perla y capulí le dieron un tono especial y
en sus labios exquisitos afloraba la sonrisa como aurora crepuscular, en los
hoyuelos de las mejillas se perdían las miradas de los admiradores y el cáliz
de su boca siempre en dádiva era una incitación irresistible, el cuerpo grácil
era juncal, en el busto los senos llenos, eran ensoñadores y por los flancos
una línea sensual encendía el deseo haciendo delirar a los mancebos, pero lo
que más embellecía a Litta no eran tanto sus formas impecables, sin aquella su
alegría natural y fragancia erótica que hacía de ella una odalisca turbadora..
La mujer de Scitovsky que cobijara a Doralisa fue a
pasar con ella una temporada en Cachicadán, en aquellas fuentes termales, Litta
conoció a César Vallejo y a Tarnawiesqui, mientras el uno le recitaba endechas
el otro hacía tintinear las esterlinas.
En lima en chacra alta, se instalaban los Scitovsky
y con ellas Litta, tras las huellas de aquél astro, Vallejo se instaló también
en la vecindad, el asedio del uno y la evasiva de la otra mantenían la lírica
del romance hasta que en mayo de 1923 Litta decidió asistir a una festividad de
Shindol, Vallejo se las compuso para emprender la jornada, Demócrito Brún,
amigo de Vallejo y señor feudal de los lares de huarasácape y sus contornos
facilitó el hospedaje y la movilidad, y el jolgorio en Shindol fue apoteósico y
gloriosa la fiesta.
En las noches la luminaria de la cohetería y en el
día los paseos en el campo hacían ensoñador y virgiliana la estadía romántica y
novelesca, aquella fiesta marcó época y Litta celebridad, la musa popular cantó
a ésta belleza y la bautizó de nuevo con el nombre de "la heraldos
negros", y en verdad que aquella Litta, tenía de los heraldos negros el
encanto melancólico que sublima y anega en una nostalgia metafísica pero que
insta y alienta y "encabrita todas las ansias y todos los motivos".
Años más tarde se casó Litta con un comerciante
principal, un señor de la banca capitalina celebró un trueque con el
comerciante, pero Litta se rebeló y repudió a su consorte, la zalamería de
Litta tenía en ascuas al vecindario, envuelta en un proceso judicial por celos
y rivalidades dejó el lugar y llevó su hermosura a otros lares donde su belleza
encontró un altar y su vocación romántica el escenario ensoñado para amar y ser
amada, no antes deslumbró a la justicia.
Don Matías Lara y
Espinosa
Llapo fuera célebre en el imperio y próspero en la
colonia por sus valiosos yacimientos minerales, el cinabrio, el cobre y la
blenda se excedían y rebalsaban y el azogue tan preciado para amalgamar el oro
se escurría en hebras plateadas por entre las corrientes y cascadas, aquella
riqueza hizo de Llapo una población notable, los catalanes monopolizaron el
comercio y la actividad social y los andaluces sentaron tiendas por las
campiñas agoreras de Cajamala Chacolla y Ancos, mientras que las minas
repletaban los morrales el vino de chacolla acicateaba la fantasía y sustentaba
el buen humor.
La riqueza de Llapo se lucía en sus casonas
elegantes, en la decoración de sus templos, en la indumentaria de sus damas y
en la reluciente ornamentación y tonosura de sus jesuitas, el venerable padre
Eleorobarrutia fuera el más calificado soldado de toda la compañía, con la
misma facilidad que sus manos de acero domaban los potros cerriles su verbo
suave y fúlgido avasallaba, era el oráculo de la comunidad y el ídolo de las
doncellas que conformaban los coros de la iglesia, entre la avenida del sol y
el pasaje Lima está la iglesia del santuario, la Scala Celi ensoñada y el edén
real que gozaran los privilegiados que conocían aquel botón secreto que abría
las puertas a los subterráneos que conducían al monasterio de las monjas, en
aquél discreto monasterio eran recluidas algunas jóvenes de calidad por su
propia voluntad o por capricho familiar, estas doncellas languidecían entre la
nostalgia y la melancolía o en la evocación de algún romance que la fatalidad
truncó, para éstas desventuradas criaturas el padre Eleorobarrutia era un
cordial pastor: su varonía augusta y lozana, su prestigio y celebridad, les
hacía estremecer de felicidad.
Doña Angela Carbajal Carhuapoma y su hermana menor
Grimaldina que se hubieran educado en lima recibían consideraciones por su
beldad y riqueza, y cuando estuvieron en el pináculo de aquella su gloriosa
juventud, aquel su noble antecesor don Austroberto fue sentenciado como traidor
a la corona de los reyes de España por haber hecho protesta viril del maltrato
a los aborígenes, aquella sentencia repudiaba a los Carbajal y condenaba a
aquellas sus hermosas hijas a no poder contraer matrimonio.
Don Matías Lara de Espinosa, noble delegado de su
majestad en su visita de información, encontró en el monasterio a las Carbajal,
a sus ojos expertos y a su afición por lo bello no escapó el hallazgo, don
Matías hecho mano a las armas de la elocuencia y a las galas del arte; rezagó
al padre Eleorobarrutia con aquél su verbo esmaltado lleno de sugestión y
hechizo y las Carbajal de un edén pasaron a un empíreo.
En su recorrido por el callejón de Huaylas las
bellísimas hermanas Carbajal conformaban la comitiva del delegado. Y en aquél
escenario florido, Angela que fuera más una maga que una doncella de convento
colmó el ensueño romántico de aquél bizarro hidalgo, no en vano era Angela una
joya de ámbar, de ónix o de nácar, algo así tallado en perla al que los
crepúsculos del paisaje daban un tinte de nostalgia y una hermosura de Mona
Lisa, en sus labios la perfección se había saciado y logrado que sus besos
transportaran al deleite infinito.
Cuando Angela cumplía en sus faenas especiales de
la comitiva se quedaba Grimaldina con don Matías, era ella un dije escultural,
de mármol o de alabastro; un lustre de porcelana destellaba en el cutis y en el
pecho egregio los pezones de sus senos eran de guindas jugosas que los labios
de don Matías no alcanzaban agotar, los encantos de Angela fluían y se
irradiaban; los de Grimaldina se encontraban y se refundían en su mundo
interior, sobre los colores de retama de Angela el sol se derretía y en los
tonos azules de Grimaldina la luz cuajaba abalorios, mientras Angela era la
inspiración del placer de los sentidos, Grimaldina era el numen del goce
espiritual; en los áureos brazos de Angela se podía soñar venturas en los de
Grimaldina la ventura era apoteósica y ensoñadora, la una era la maravilla de
la pintura la otra era la melodía de la maravilla.
En la ciudad de los reyes don Matías encontró la
gestionada cédula real que revocaba la sentencia de los Carbajal y casó a doña
Angela y a doña Grimaldina con nobles peninsulares que tuvieron la fortuna de
disfrutar de la riqueza como de la belleza de tan preciadas mujeres.
La marina
"ven conmigo embajador y no tema tu
arrogancia" "adiós joven que te llevas hoy el corazón y el alma".
El diálogo anuda destinos en la multitud alborozada
que asiste a admirar la "conquista de México" en la representación
teatral que se escenifica con lujo en la festividad patronal de conchucos, la
marina es la más pura, bella y dulce gacela del lugar, escogida con primor de
entre las más hermosas y codiciadas damiselas.
Antaño aquellas querubes salían de entre las
celebridades de los Cortés, Encinas, Quiñones o Lara y fueran más doncellas
etéreas y vestales espirituales que integraban el coro religioso, exquisitas y
decantadas bellezas juveniles posteriores fueron el ramillete de donde salían
marinas encantadoras para rendir y subyugar a los émulos de Hernán Cortés, !es
un lirio divino o un cisne alado o una melodía azul aquella primaveral
criatura!.
En el rostro todo el esplendor de la belleza, en el
torso la majestad y la omnipotencia de la vida, y tras los tules el espejismo
subyugante de la desnudez y el halo auroral de la turgencia de unos pechos
celestiales, es un juego floral y una justa de elegancias, damas alquitaradas y
caballeros hidalgos idealizan la festividad popular, y ataviada de tules y
armiños la "Marina" con donaire real va en la barca con la prestancia
de una princesa palatina, alada la caída del rostro satinado de un carmín
inconsutil de ágata rosa, va esparciendo sonrisas y destellos arrobantes.
Boga el barco y recita ella la narración de la
conquista y su voz almibarada va encendiendo el entusiasmo del inmenso gentío
que le sigue, navega como por sobre un mar de multitudes enfervorizadas y
mientras Hernán Cortés reverencia a la "Marina" desde su apuesto
corcel los zagales se amotinan ante la barca para disputarse el honor de ser
sus pajes.
"pasajeros valerosos ¿qué rumores son aquestos
y decidme a que son venidos
con ese rugido de truenos a estas tierras a causarle asombro o miedo?". y la palabra elocuente y mágica ora como un himno victorioso o melíflua y melancólica como un suspiro o un lamento, seductora y galana como el eco de una odalisca...va enajenando a los donceles.. y la "Marina" lirófora del verso, diva excelsa de la declamación modula arpegios inefables, y la palabra dulce y florida se ofrenda como un joyel o como una bandada de canarios o como perlas de un collar; cristalinas como las gotas del rocío, limpias como una patena, pulcras como un recital de ateneo y acicaladas de arabescos y filigranas de oro, marfil y diamante, otras veces esa palabra es caudalosa como un río de abalorios, es sensual y vehemente como el trino erógeno de los mirlos o como el suspiro y la ansiedad de las vírgenes en oración.
con ese rugido de truenos a estas tierras a causarle asombro o miedo?". y la palabra elocuente y mágica ora como un himno victorioso o melíflua y melancólica como un suspiro o un lamento, seductora y galana como el eco de una odalisca...va enajenando a los donceles.. y la "Marina" lirófora del verso, diva excelsa de la declamación modula arpegios inefables, y la palabra dulce y florida se ofrenda como un joyel o como una bandada de canarios o como perlas de un collar; cristalinas como las gotas del rocío, limpias como una patena, pulcras como un recital de ateneo y acicaladas de arabescos y filigranas de oro, marfil y diamante, otras veces esa palabra es caudalosa como un río de abalorios, es sensual y vehemente como el trino erógeno de los mirlos o como el suspiro y la ansiedad de las vírgenes en oración.
Anita Eugenia y lilia emperatriz fueron marinas de
las más angelicales, salerosas, bellas y seductoras que realzaban la festividad
local, Anita era la melodía y el verso, Lilia era el verso y la melodía del
amor, esquiva como colibrí, Lilia el colibrí esquivo de la fantasía, terso de
rosa de el cutis de Anita el de Lilia de lises blancos y de amapolas; el cutis
de Anita reverberaba al sol, en el de Lilia el sol se embellecía......
El Diamante Azul de
La Bohemia
Fue el más refinado bohemio de las tertulias
yungainas de su tiempo. La madre fue muy rica y muy bella. Muerta en pleno
esplendor quedó el hijo muy tierno y desamparado. Un familiar se ingenió la
manera de hacerse heredero de aquella y Goyo hubo de crecer en medio de
privaciones. Se vio obligado a emigrar.
El rigor de la vida del pobre hizo de él un hombre
fuerte. Para ganarse el sustento pasó por muchas ocupaciones hasta llegar a ser
barbero. Con la experiencia y la sabiduría de este oficio quiso probar fortuna.
Tiempo después se presentó a la casa del familiar que detentaba sus bienes y le
advirtió que había ido resuelto a recuperar el patrimonio materno y que desde
ese instante habíase que tenerle como dueño. Y ante la consternación del
familiar ordenó a los colonos que le siguieran. Así llegó Juan Gregorio a
Huashcao. Ocho días festejaron aquél acontecimiento.
Goyo llegó a ser el ídolo de la hacienda. Fueron
los campesinos que compusieron el nombre del amo. Para adelante dejó de
llamarse Juan Gregorio para responder al de Goyo. Las fiestas del fundo recuperaron
su celebridad. Todo fue remozado y hasta el rendimiento de las tierras lograron
sus mejores alzas.
La sencillez del campo, la vida sin complicaciones,
la inmensidad de los nevados, la magnificencia de los basamentos del Huascarán
que se asentaba en sus dominios maravillaron a Juan Gregorio. Aquí se entregó a
la ensoñación y a la música sin más compañía que Lilia su inseparable
guitarra..
Aquél viejo instrumento familiar que la madre
hubiera pulsado en el pináculo de su belleza era para él no sólo una reliquia,
sino la fiel amada que la acompañaba desde su niñez. Había entre él y la
guitarra tal entrañamiento que las cuerdas vibraban al sólo deseo del mago y
como transidas por un delirio musical volcaban la idea y el sentimiento
poblando el escenario de voces sortílegas. Aquella guitarra era una persona más
en la familia. En siglos de arpegio había llegado a tal sensibilidad que
parecía hablar: el eco de la voz era suficiente para hacerla vibrar. Al lado de
ella no se estaba sólo.
Aquella guitarra era la gran amada y la sublime
pasión de Goyo. Ante ella se estremecía y sentía que su ser se anegaba en
arrobamiento de ternura y ésta emoción que se renovaba en cada encuentro le
daba una gentilidad de galán. Era como el encuentro de los enamorados o como la
cita furtiva esperada con ansiedad.
La tomaba en sus brazos con cariño y veneración,
como se toma a una novia. Y la vibración de aquella guitarra como la fantasía
del bardo no eran sino una sola melodía. El como enajenado y la guitarra como
hechizada eran un sólo ser. Y mientras las yemas de los dedos se posaban como
sabios en las cuerdas o corrían por los trastes como una bandada de libélulas
los arpegios fluían como ósculos y el alma de Goyo entraba al paroxismo y
éxtasis.
Jamás se supo porque aquella guitarra se llamaba
Lilia. Su forma de mujer es acentuada. La escotadura tiene aquellas líneas
ondulantes que forman la belleza del cuerpo. Festonada y decorada con
incrustaciones de nácar resaltan en ella la abelia, la media luna, la mariposa
Apolo y otros adornos de estilo oriental a base de la flor de lis. En la tapa
posterior dos leones de pie sostienen una lira.
Esta guitarra estuvo en Arabia en una tienda de
Tebuk y en las orgías de los sérralos de aquellos ardientes arenales, laudó
melodías, nació el poemario erótico del desierto; cautiva en el castillo de
Hussiff tuvo impostaciones de melancolía y los arrebatos del mar al estrellarse
en aquella isla. Ben Abulá al término de la guerra de la liga con la media luna
la llevó a Venecia y ahí la música nocturna sobre las aguas amortiguaron su
angustia. Estuvo en la corte de Viena en poder de un noble español y la
guitarra se impregnó de las nostálgicas del vals; llevada a Sevilla se contagió
de los ritmos alegres de la región. Invadida España por Napoleón, el Conde de
San Donas la llevo al Perú, y en su refugio de Yánac, aquella guitarra orquestó
el idilio principesco de San Donas con la marquesa Carlota. A la suerte de los
nobles la guitarra se quedó en Huashcao y allí la madre de Goyo vivió el mundo
maravilloso de aquél madero. El instrumento prendado de la belleza de su dueña
renovó su destino romántico y melodramó las escenas de gloria y quebranto de
aquella excelsa mujer.
En Huashcao la guitarra en manos de Goyo gustó de
la melodía cósmica, desde el arrullo del céfiro en las campiñas hasta el fragor
de las tormentas en la cumbre nevada.
Erudita y legendaria con un caudal de tonos en su
repertorio aquella guitarra es ahora un tesoro de quien escribe estas líneas.
Se le dio a Juan Gregorio como prenda de quien al tomar como esposa a Milushka
no volverla a las tertulias.
Muy poco cumplió el bardo esta promesa. Entre tanto
la guitarra está como en espera. El aire o el eco del menor ruido la hace
vibrar y rememorar.
Juan Gregorio tenía una regia apostura y una
masculinidad plástica y musical. La cabeza erguida y el ceño firme, la riqueza
de los músculos y su vehemente expresión le daban una talla de luchador. Era la
concepción del "David" de Miguel Angel. Es fácil imaginarse la elegancia
con que alternara en la vida social. Era el paradigma de la hidalguía.
En las tabernas no decaía su señorío. En sus manos
las copas eran como cálices sagrados que habían de apurarse con reverencia. No
contaba en sus ritos las maneras frívolas; y jamás descendió a la vulgaridad.
Manipulaba las botellas y las copas como un artista.
Era el caballero cruzado de las bares y cantinas
donde acudía abrevar la dosis diaria de fantasía que le era menester. Su
fortaleza física le salvó de las escenas ridículas de los borrachos. Nunca
perdió el equilibrio. Fue el catador más destacado y también el feligrés más
constante del vino. Con que fruición escanciaba el tinto y con que elegancia lo
brindaba, parecía que apurara rubíes o carbúnculos líquidos.
La pródiga naturaleza ha otorgado sus mejores galas
a la mujer del "Callejón de Huaylas". Hermosa como un bouquet de
lirios, tiene de la aurora su tinte rosa y del sol el oro mate de su brillo. La
atmósfera le presta su tersidad y ensoñación y la campiña su refinamiento y
elegancia. Esta mujer tiene de lo extraordinario que deslumbra y de lo bello lo
que hace soñar. Sencilla como una flor de jazmín o cristalina como una gota de
agua en el númen de los bardos y el tormento de los enamorados.
Amar a esta mujer en este edén es gozar del placer
de la felicidad; llevar en el alma la melodía de su afecto, sentir el efluvio
de su belleza y el embrujo de sus caricias, comprobar que la realidad supera a
la fantasía y que el transporte del espíritu es un estado natural, es una gracia
y un portento y también algo así como un tesoro que habrá de enriquecer toda
una existencia.
En la arcaica escultura griega los dioses sonreían:
era el atributo de la divinidad. En la mujer del Callejón de Huaylas no hay
sonrisa sin mirada embelesada, ni mirada enamorada sin sonrisa angelical. Esta
sonrisa es una efusión del ser, la imagen del alma o la sinfonía de sus más
íntimos anhelos. Nada más bello ni más delicado que una sonrisa. Quien la da se
sublima, quien la recibe se embriaga de felicidad.
El poder de la sonrisa es aquí inconmensurable. De
la música tiene lo exquisito y extraordinario del preludio; pero más que de la
música la sonrisa tiene aquí en los labios partituras de ósculos que ningún ser
humano ha podido instrumentar. De la pintura tiene los tonos de arrebol que
enternecen; pero más que de la pintura la sonrisa tiene aquí en las mejillas la
sonrosada emoción de una ilusión que ningún pincel ha podido captar.. De la
escultura tiene la pureza emotiva de sus líneas; pero más que de la escultura
la sonrisa tiene aquí la dulzura enigmática del movimiento. De la literatura
tiene el poder de la elocuencia; pero más que de la literatura la sonrisa tiene
el sortilegio de un lenguaje que arrulla y deleita. Aquí una mirada penetra
como un lampo de luz y dice endechas hasta en los arcanos del alma. Es el
coloquio de los ángeles y el verbo de los dioses. Una mirada y una sonrisa que
se cruzan forjan más poemas que todos los recursos de la orfebrería literaria.
Aquí en el punto de encuentro de dos miradas las
almas comulgan mientras las sonrisas orquestan himnos nupciales. Aquí la
sonrisa es el boceto de alguna flor que se nos ha abierto en el corazón o la
luz de alguna ilusión que ha despertado en el alma. Aquí el sino del ser está
en una sonrisa: prodigada ella el destino de los corazones esta sellado. Es que
la sonrisa es la balada del ensueño y la entelequia del amor.
La mujer fue en la vida de Goyo una melodía más o
una canción más. Buscó en ellas los matices de la belleza; de algunas tomó el
garbo y la sonrisa, de otras acaso sólo la mirada o la música de su voz o bien
la dulzura de la fisonomía. Jamás supo cuantas fueron sus amadas. De cada
jolgorio salía con dos o más citas amorosas. Nunca hizo ostentación de su
fortuna de galán.. Sus amantes le adoraron desde la veneración religiosa hasta
la idolatría.
Jamás acabó de amar. Tubo la pasión de Poe. Cada
mujer era una nueva revelación del arte. Y toda su actitud estaba condicionada
por su euforia erótica. Se trataba de una potencia o una plenitud sensorial que
le daba poderío y fuerza. Un rumor rugiente de sexo saturaba su vida. Algo
mítico y legendario que daba a su persona una áurea de sensualidad que
trascendía a principios metafísicos: amor y creación. Es decir el sentido de la
vida para él. Por mucho que sublimó su erotismo o que lo hubiera transpuesto a
la metáfora o al símbolo aquellas transfiguraciones dejaban un tono sutil
impregnado de suaves efervescencias que hacían más penetrante é intima la
ilusión.
Jamás tuvo vacío en el corazón. Vivió siempre
amando. No era un mujeriego, ni buscaba la saciedad: perseguía la novedad en la
belleza y en el arte. Era como un afán de perfección o una inquietud de
encontrar donde diluirse. Esto es un estado de ascetismo místico.
Inestable: era su nivel de excelencia. Jamás pensó
amar a más de una mujer. Y fue así. Nunca tuvo pasiones simultáneas. El cambio
era una cuestión de ritmo para él. Pensaba que una amante era un ser enajenado
por la pasión y temía que al menor contacto con la realidad pudiera
desfigurarse lo que justificaba aquél tacto para poder pasar a tiempo a otro
amor. No es que buscara un arquetipo o que tuviera en la mente la imagen de una
amada imaginaria; no. Cada amada era para él su primer amor, su único amor, la
mujer excelsa y la dama ideal. Es por eso que jamás llegó al hartazgo.
El amor iluminó su existencia y le dio aquella
ansia de eternidad que llevaba consigo. De aquí que cada uno de sus amores
fueran indisolubles y también aquella su secreta gama de nostalgia y de embriaguez
melancólica.
El origen de su amor provenía más de sus emociones
espirituales que de su ansiedad física. Amar era para él estar en ensueño.
Ser amado, era algo que rebasaba a toda su
ambición. Era como figurarse una deidad. Jamás supo de donde le venía la
ansiedad de su pasión, menos se detuvo a meditar que aquello no fuera acaso más
que la consecuencia de aquella tormentosa búsqueda de lo imposible o el
encuentro sin esperanza con la belleza inigualada de su madre.
No era un neurótico; era normal. Aquél su universo
rosa y fruición erótica le venía como compensación a la orfandad que le
sobrevino a la muerte de su madre, a la consiguiente falta de cariño, a las
privaciones y frustraciones de su niñez y a la ausencia de las primeras
ilusiones que abren los horizontes de la vida.
Pese aquello de sus amores eternos y pasiones
vitales no fue un esclavo de ellas, porque el siguiente amor le liberaba
enseguida. No es que los olvidara; no. Algunas veces volvió por el aroma o la
gracia de alguna de sus amadas. Y éste reencuentro le era acto más dulce.
Jamás fue obsceno. Pese al cúmulo de sus amoríos no
cayó en la lujuria. Su honestidad regida más por principios morales que por
convencionalismos le daba más prestancia. De aquí su perenclitud y aquél halo
de seducción que le diera fama. En medio del fuego de la tentación tenía la
suficiente valentía para poner la espada de Tristán entre su arrogancia de
varón en celo y el vehemente arrebato de Afrodita.
Cada nuevo amor le servía para decantar la afición.
En sus brazos la amada se anegaba en la ensoñación: era más una melodía que una
carica. Y Goyo como si sólo pulsara acordes se entregaba al arrobo artístico.
Por eso aquél su afán de elevar el escenario a regiones celestiales donde
flotar y soñar.
Idealizó a la mujer tanto como idealizó al amor.
Toda su pasión consistía en adorar más que en gozar. De ahí su metafísica
amatoria y aquél estado de delirio en que vivió. Y su insaciable insatisfacción
no se colmaría con todos los encantos de la tierra, sino más arriba, allá de la
unión de las almas.
Para Goyo el amor no era más que un destello de la
divinidad que una emoción del hombre, porque estimaba que el que ama está
poseído de un dios y que el amor era una gracia celestial. De otro lado los
amores de Goyo de grado en grado se ennoblecían: eran ya algo así como la
melodía de un ensueño, más un culto o una devoción religiosa que la sublimación
de un afecto.
Jamás rehuyó la lid del amor.. Admiraba a la que
desechando prejuicios le declaraban su amor. No las desilusionó . Tuvo para
ellas el fervor de su hidalguía galante y hasta la gentilidad de su admiración.
Un día Juan Gregorio conoció a Milushka, coronguina
de auténtico abolengo conchucano que llegara a Yungay a cambiar de lugar.
Cuando ella cumplió quince años su cabellera era una llamarada de fuego. Por
mucho que se le sujetara pronto se soltaba y si se le ataba se enroscaba.
Entonces por fuerza tenía que estar suelto. En los ojos grises de Milushka
había tal luminosidad que se diría que eran ascuas vivas. Es indudable que de
allí emanaba aquél tono de incendio que alumbraba y quemaba su exótico rostro.
El cuerpo delgado, flexible y alto tenía movimientos excéntricos y algo así
como un ritmo de oda flotaba de su ser. Era extraordinaria. Pronto hubo de
alarmar al pueblo. Como frecuentemente se quejaba de que al anochecer le
arrojaban "cenizas" tuvimos que vernos precisados a indagar.
Efectivamente a las seis o siete de la tarde comenzaba el asedio. Se exorcizó
la casa y se tomaron todas las precauciones del caso. Todo fue en vano. Y
cuando alguna vez Milushka aseguró que un ser invisible trató de arrebatarle de
la mano de su madre, nos vimos precisados a cambiarla de lugar.
Tal era Milushka. Algo había en ella de magia o
embrujo. Una flor clorótica a la que un fuego interior hacía arder como un
incienso. Éramos vecinos de goyo. Y la alta tensión de estos personajes acabó
uniéndolos.
El matrimonio no truncó la bohemia del bardo.
Milushka al lado de éste era como una gacela. No pretendió sacar ventajas de
esta unión y jamás interfirió en la vocación romántica de su esposo. Juan
Gregorio encontró en Milushka aquél inefable encanto que brota de la honestidad
y felicidad; y para él, libertino y precario estos sentimientos fueron
cordiales y la revelación de un mundo superior.
Allí dejó a Milushka como en un templo. No la
mezcló en sus amoríos. Y este sibarita encontró una nueva forma de adorarse más
allá de la belleza y del mundo: en la inmortalidad de las ideas de armonía y en
lo inefable de los sentimientos de bondad. Sobre estas bases y conceptos que no
se laxan con el hastío ni se enervan con el placer, edificó su hogar. Aquellos
cimientos eran de diamantes hecho del carbón de todas sus pasiones. De aquí en
medio del torbellino de sus amantes, vivió en su esposa el consuelo de su
insatisfacción y el elemento de su vida.
Goyo no perdió su afición de bardo y músico y en el
sustento de su bohemia acabó su patrimonio. La pobreza le dio la ventaja de
seleccionar a sus amigos. Una apretada fila de juglares fieles y sinceros le
rodearon y le hicieron olvidar su ruina. Reabrió su barbería y comenzó de nuevo
su farándula hasta que su esposa le diera un hijo y otros más. Entonces Goyo
emigró. Se estableció en Lima y fue el eje de la colonia.
La brega brusca de su actividad diaria hubo de
minar su salud y su muerte sobrevino como el final de una de sus canciones.
La cultura de Juan Gregorio era exquisita. Fruto
más de su intuición y práctica que de colegios y academias. Sus maneras
tuvieron la benevolencia y simpatía que acerca y contagia; hacía plácida su
conversación y amena su compañía. Por consiguiente sus principios filosóficos
tenían que ser sencillos y por fuerza habían de conducirlo al idealismo. Tenía
algunos principios familiares para convivir en soledad y otros para afrontar la
vida. Un cortejo de normas sistematicales con cierto sentido poético.
Humorista y malabarista de la bohemia era dueño de
tal libertad espiritual que se desbordaba en torrentes. Entre la seducción, las
teorías de los filósofos y la ilusión de sus propias hipótesis prefería correr
el riesgo de éstas que mancornarse en aquellas.
No era un fanático de la utopía ni un materialista
craso. Le gustaba la linfa de la realidad para idealizarlo y elevarlo. Le
seducía estar a tal altura espiritual porque pensaba que era mejor flotar.
Lo fugaz de la vida y lo inexorable del tiempo no
le inquietaba, ni en nada afectaba el sentimiento del mañana y del porvenir en
que vivía. Entendía que la vida era una luz inextinguible que se sostiene con
el holocausto del hombre y que el enfrentamiento de las ideas de vida y muerte
era cuestión de unidad. Jamás se desconsoló ni desilusionó con esta
certidumbre. Por el contrario en los problemas que las contradicciones de la
vida plantean, encontraba razones para creer. No admitía la vida como un
aterrador aprendizaje de la muerte, sino como la experiencia donde el hombre
inteligente supera y moldea el mundo.
De aquí que sólo el destino de ese holocausto, es
decir el estilo de vida, podía sostener una digna y decorosa existencia y hasta
darle el sentimiento de inmortalidad que informan las nociones del mañana y del
porvenir. Entonces lo que importaba era el estilo para gobernar su vida y no vivir
en divorcio con ella. El estilo como un medio y un fin y la rebelión como una
aspiración y orden a la justicia. Entendido que la rebelión va hacia la
revolución, es decir hacia la evolución y el infinito donde convergen las
nociones de música y amor con toda aquella su gama de poesía lírica y
sortilegio romántico y desde cuya posición se contempla la belleza y el arte
como valores eternos que se siente y vive.
Y para Goyo, ningún estilo como la bohemia resolvía
mejor el problema de vivir. La bohemia como un principio metafísico y una
fórmula dialéctica: esto es el enfrentamiento al mundo desde un punto de vista
del sentido del buen humor que del trágico. La bohemia ensanchó su fantasía y
creó escenarios maravillosos donde una melodía de unidad gobierna y rehace el
mundo sin cesar.
En la orfandad de Juan Gregorio, es donde se
encuentra la mística de su personalidad. La muerte súbita de la madre en pleno
esplendor, la desesperación y el dolor del abandono al comienzo de la vida, el
mito de la hermosura de aquella mujer, fueron impresiones tan hondas que jamás
se apartaron de su mente. Amor, belleza y muerte, una mixtura diabólica o un
satánico licor para alocar o desesperar a la humanidad. Fueron también las
primeras emociones que lo llevaron a las tabernas a sumirse en la embriaguez.
Para adelante el vino habría de ser su sustento y también el elemento de su
regeneración y salvación.
El vino calmaba su ansiedad y le producía el goce
de gustar y sentir el placer para luego evadirse en el transporte del alma. Y
alli en aquél mundo de ensueños era feliz. Su fantasía se enriquecía y su vena
bohemia cobraba un lirismo desbordante. Acaso fuera ilógico, en este estado de
embriaguez sostener que hubiera conseguido un estado de imperturbabilidad y
ataraxia es decir un placer natural que hubiera sido la base de aquellas sus
teorías de convivencia regidas por la armonía que por la autoridad.
En la taberna encontró una comunidad de seres
desgraciados a los que capitaneó y dio luces para no degradarse. Creó una mística
y delineó una liturgia. Sostenía que beber y embriagarse era una primicia de
escogidos que lograban a través de los vapores del licor remontarse purificados
a mansiones edénicas donde una visión de ensueños anegaba el alma y el corazón
en deliquios inefables. Tal era la taberna para Goyo. Que vale más decía como
Omar Khayyam, hacer examen de conciencia sentado en una taberna o posternarse
en una mezquita con el alma ausente?
Jamás se supo si del vino pasó a la mujer o fue a
la inversa. Menos si la música le impulsó en el arrebato del tono al arrebato
de la embriaguez o que la embriaguez hubiera influido en el refinamiento de los
acordes y en aquella melodía etérea en que vivió envuelto el trovador. Y como
Omar Khayyam, su maestro favorito, trato de buscar la verdad en el fondo de los
placeres de la vida, a través del vino, de la mujer y la música. De aquí su
estética epicuriana, sus hábitos a lo Aristófanes o Lucrecio, su propensión al
placer de los sentidos y al goce de la vida, su refinamiento en el amor, sus
postulados éticos y aquél su platonismo y estoicismo mental y también su
prestancia de Petronio.
Y aquél fabulador y soñador se hundía en la molicie
como en un soliloquio melódico. Su despertar a la realidad era su nostalgia
diaria y su melancolía temperamental que hicieran de él "el diamante azul
de la bohemia". Ahí encontró a Heráclito y con él supo todo lo que fluye
se va y lo que queda es la pena o el recuerdo o la ilusión del ser.
Así llegó a esa tormentosa mística amatoria, a
aquél estado de mistificación a aquella sed de embriaguez que lo llevaron a ser
un gimnosofista calificado y un bohemio de raro engarce con el panteísmo y
ascetismo indio. Aquí le asistió otro de sus maestros predilectos, Rabindranath
Tagore, artífice de la armonía universal y poeta de las bellezas de la
naturaleza que cautivara al bardo. Y que con Omar Kayyam hicieron de él un
iniciado. No avanzó más. Le bastó y le colmó con creces la poética tagoriana. Y
rastreando a Omar se remontó hasta Saadissy, talladores y cinceladores del
verso iranio. Ahí se quedó por satisfacción y por convicción y por haber
encontrado tal similitud con su mística andina de indio de una sumisión rebelde
y de una serenidad olímpica de dios.
Es de estos contactos que le vino el gusto
oriental. Encontró los nombres para sus hijos Jashi, Rabrindanat y Milushka.
Su vocación artística se reveló en la música.
Guitarrista eximio arrancó al instrumento las armonías más arrobadoras, cantó
con ella el recuerdo de la madre, aquella belleza espléndida que deslumbrara a
las generaciones que tuvieron la suerte de admirarla.
Cantó su melancolía y su anhelo, su pena y su gozo,
al paisaje que le ofrecía su escenario y a la mujer que le brindaba su belleza.
Así hizo aflorar en él al músico y al poeta nativo que llevaba en su
naturaleza,. Los maestros Cordero y Ramos, celebridades de aquél conjunto,
trasportaban al pentagrama las creaciones melódicas del bardo.
Improvisador jocundo, payador y fantaseador,
elegante caballero y ensalmador, experto en requiebros, gorjeador de piropos,
zalamero y admirador devastó la jerga de ventorrillo y la ironía de las coplas
de cafetín por ofrecer endechas sutiles y villancicos arrobadores. Vencedor de
todas las justas, no tuvo rival. El mismo Mister Flaco, ilustre bardo caracino
lo tenía por maestro. Su producción, acaso sin saberlo tenía mucho de
simbolismo y expresionismo. Influido por las quenas y las antaras, por los
huaicos y las heladas, por la belleza del paisaje y de la mujer sus sensaciones
fueron más táctiles y su estilo más plástico que conceptual. Sus personajes
fueron reales, pero dando a unos un sabor ficticio y siendo casi siempre él
mismo el protagonista de todas sus creaciones. Romántico hasta el decadentismo
y bohemio por naturaleza en su musa del vino, la mujer y la música que fueron
los ingredientes primordiales.
Pero su obra maestra fue sin duda la serenata.
Original y deslumbrador con un atuendo de ocasión y con un séquito distinguido
se acomodaba al pie de un balcón o de una ventana para ofrendar sus epigramas
sutiles y sus duchísimas melodías.. Escenográfico, su cuerpo era algo así como
la sétima cuerda de Lilia, su guitarra, vibraba tanto o más, se convulsionaba
en la efusión musical, era una lira de acordes maravillosos. Mientras el timbre
de su voz y la música de su instrumento hendían el espacio y despabilaban el
sueño de las doncellas, sentía que su cuerpo se transmutaba. Sus manos
enfervorizadas estaban prendidas en "Lilia" y con una habilidad
genial la pulsaba ora tierna y suave como si algo desfalleciera, ora arrebatada
y violenta como si algo habría de estallar. Era una pirotécnica musical. Los
sonidos ascendían como ascuas de rubí o como alboradas de aurora, como lluvias
de rosas o como bandadas de mirlos. La voz golosa y profunda era alucinante;
sus impostaciones arrobaban y consternaba sus falsetes traviesos y jocundos.
Para éstas serenatas tenía el esmero de elegir las
canciones y la música apropiada, acicalaba la voz, pulía las caídas y sabía
edulcararlas de tonos dulces y tonos sortílegos. Entonces su vena lírica
estallaba en himnos o sonrisas, en penas o llantos que hacía estremecer al
auditorio y transfigurar al bardo. Goyo no era ya sino una cuerda en vibración
o un ser enajenado. Y la melodía que brotaba iba saturando el escenario,
contagiando su dulzura y rindiendo a las doncellas en un sueño angélico.
Otras veces la ronda nocturna recalaba al pie del
cementerio. El campo santo que se levanta como una pirámide ofrece plataformas
concéntricas donde las hileras de nichos y mausoleos son un portento
arquitectural. En el día es imponente y en la noche es solemne. Al pie de
aquella verja de hierro y al frente de aquella fría escalinata de granito
pulido la voz de Juan Gregorio desgarraba al alma y destrozaba al corazón. La
música aflictiva recorría todos los resortes del dolor, era una elegía
lacertante en el que la angustia y la desesperación parecían rezumar la
tragedia y la desolación del huérfano y el sentimiento de los hombres tocados
por el recuerdo de los seres perdidos. En aquella soledad donde el silencio
tiene una mística y el escenario en las noches es mágico, la oración musical
del bardo era un lamento de dolor y también un reclamo al destino cruel que
cegó a la madre querida. Y mientras la melodía era cada vez más dolorida,
musitaba voces sortílegas en la esperanza de ver surgir la figura querida y
emitía exhalaciones en que parecía escaparse el alma para ir al encuentro del
ser invocado
Juan Gregorio no conoció modelos y no trató de
imitar a nadie .Ignoró la sintaxis gramatical y la métrica poética, por lo que
su producción es más un material en bruto. Así su estilo perdulario y su
despreocupación literaria, sin escuelas y sin istmos, de aquí también su
sencillez lírica, tan clara y tenue que no admitió artificio alguno. Sus
composiciones por consiguiente tenían que estar exentas de escuelas y
alambicamientos. Todo se reducía a una perspectiva de asonancias y metáforas
que giraban en torno de un ritmo interno que le franqueaba el metro libre; y en
cuanto a la medida le bastaba someterlo a la prueba de la respiración.. De otra
manera no habría podido expresar su fantasía. Sus recursos semánticos fueron
también sencillos, más parecían el aura que circunda el paisaje, de ahí sus
figuras en verde o azul, su redundancia de céfiro, su rutilante brillantez de
sol o nieve, su profundidad de cima o cumbre, su vaporicidad y evanescencia de
nube, su palabrería de juglar y hasta sus mariposeantes licencias de bohemio.
Su apetencia de absoluto y de unidad formó en él
aquella talla del hombre absurdo y rebelde, y consecuentemente hubo de
incursionar por el anarquismo literario.
De aquí su estilo insurgente sin control de las
escuelas o de la moral y de la razón de clase; atento sólo a aquella
maravillosa armonía de las imágenes y las cosas del compás del automatismo
psíquico que llevara a André Bretón enarbolar la bandera de los "campos
magnéticos surrealistas" para afirmar el dominio de la experiencia de la
vida interior.
Su rima era isócrona. Por consecuencia antitética y
por el fondo de contrapunto de la plástica y no por originalidad había a
distancias una consonancia de tonos para animar el movimiento que para hacer
armonía de voces. Le habría resultado ingrata la tarea de adocenar vocablos
para ajustar consonancias, puntos y medidas.
Le bastaba un elemento premonitor para llevar el
compás de una frase o de un período. Por lo demás su ritmo era algo así como la
métrica de la geometría de las plantas o como el concierto de tono en el calor
de las flores o como el ritmo del trino de las aves en su canto a la aurora. La
melodía y el placer resultante a más cuestión de un juego de cadencias y pausas
de las unidades rítmicas y de la musicalidad interna en función de la emoción.
Se advierte también en la composición del bardo la
prevalencia de las ideas verbales y el uso de palabras poco definidas
engarzadas en una sintaxis y cuajada de elipses. La presencia de ideas en
círculo de idéntico sentido, el tono inspirado e irregular, ora intenso o leve,
el colorido chillón, severo o átono, sus vehementes claro oscuros, el misterio
o tenebrosidad de su dicroismo, sus caídas o suspensos, su soltura irreal o
tirantez estudiada o espontánea están mostrando no al escritor erudito sino al
juglar del pueblo.
Tal el estilo llano o enmarañado en el que los
tesoros literarios se desperdician o no se aprovechan bien en el que lo natural
está por encima del dibujo y pulimento. Por el contrario se notaba en su estilo
algún esfuerzo disimulado. Su falta de conocimiento lo exponía a buscar de los
epítetos y posición retórica.
Y sin cultura suficiente para escribir y atenido
sólo a la idea de que la composición es libre y no patrimonio privado de doctos
se permitió ensayar apuntes con las brozas que los literatos arrojan a los
canastos. Pordiosero, mendigando migajas de color en los crepúsculos,
recogiendo brumas de tono en las puertas de las filarmónicas y hurgando figuras
y ritmos en los desechos que los ateneos arrojan, Juan Gregorio ha querido
alentar al pueblo o a aquella masa ignota, sin noción de sintaxis desamparada
de maestros y bibliotecas a expresarse como es, libre, sin eufemismos y con
toda aquella pobreza que da el abandono. En vez de hallar la elegante pulcritud
del artista de escuela, se encuentra sólo la composición raída del hombre del
pueblo y en vez de la pluma florida la mano ruda y encallecida del obrero
Así pues las composiciones de Goyo, "El
Diamante Azul de la Bohemia", como lo llamaban, fueron estilizadas para
serenatas o acomodadas para la juerga. Si sufrieron mutilaciones o
transposiciones, adquirieron fisonomía especial al entrar al folklore. Toca a
los exegetas de Goyo hacer la exposición sistemática de sus conciertos más
íntimos de cantor y músico..........
Un Beso en los Andes
A Valerie Coimbra
Entre los resquicios de
las cumbres de Ancash Juan Gregorio, lee en los surcos de los campos que
cultiva y ausculta en las entrañas de las minas que orada. Sus antepasados
aguerridos caudillos de la Revolución Francesa llegaron al Perú expulsados por
el golpe de Estado del 18 Brumario de 1789. Los Andes le ofrecieron una
plataforma inconmensurable a la tea libertaria de sus ideales. Rebeldes a la
domesticidad jamás descendieron de su orgulloso retiro. Juan Gregorio, ultimo
sobreviviente de esta raza indómita tenia forzosamente que vivir un destino
agitado; el pasado heroico y mártir, el ambiente soberbio y hosco tenían que
hacer su obra.
La fibra de las almas
grandes viene de muy lejos y va muy allá, por eso sienten más intensamente la
vida y quieren vivir más. En Juan Gregorio la vida se ha radicado como una
vehemencia angustiosa y la montaña ha impreso su carácter huraño y contemplativo.
De aquí su curiosidad insatisfecha, su actitud mística y su agitada inquietud
espiritual. En torno suyo el elemento humano se ha estado evadiendo y en su
escenario ha repercutido solo el eco de la piedra y de la naturaleza. Los
sinfines ilimitados del horizonte despertaron en su fantasía un anhelo casi
morboso de lejanías y de ensueños. Este aguilucho hecho para habitar los riscos
más abstractos y elevados del pensamiento vivía hasta hace poco una intensa
vida imaginativa, interrogando diariamente a la naturaleza y buscando a los
hombres en el fondo de su alma. Vencido por la tortura introspectiva del
análisis se iba consumiendo una efusión mística hasta que un día su afán de
infinito le llevó a tentar horizontes nuevos por el valle del Santa. Las
magníficas partituras melódicas del río urgieron su curiosidad y ansió conocer
los esteros y las playas donde la música del río acaso meciera sus ondas
armónicas en estancias edénicas y auditorios embelezados. Y conoció paisajes
adorables, panoramas magnificentes, estampas floridas, verdaderos nidos del
ensueño y de la pasión. En los poblados risueños sintió hálitos y exhalaciones
extrañas a su ser; una rara afición social le acometió y dio a su figura huraña
el placer de recorrer por los rancios salones en una inadvertida pulcritud de
modales. Sorprendido ante este nuevo aspecto de su vida y embriagado en sus
formas se dio la satisfacción de conocer aquellas urbes y estudiar aquella
sociedad compleja en cuyo seno presentía latir no se que extraños mirajes de
felicidad. Después de haber recorrido todo el valle y ascendido a las entrañas
de donde brota el río, buscó para su albergue las faldas de la montaña más alta
e impoluta. La cumbre gigantesca y el río sensorial le sirvieron de mentores.
La Mirada avizora del uno y la experiencia cosmopolita del otro no le fueron
recursos de poca estima. Y en sus incursiones el valle jamás apartó la vista de
sus émulos: El Huascarán y El Santa.
De niño y a través de sus
lecturas de la historia había soñado con ser military; Bolivar, Salaverry y
Castilla le incitaban a ello. Tal afición creció al penetrar la aventurera vida
nacional y considerar la inquieta y luchadora vida militar. Esta vocación
nacida del sentimiento y cariño a la patria habría prosperado si Juan Gregorio
ni hubiera estimado que el culto a la patria se rinde no solo en las filas del
sacerdocio sino también en las del apostolado civil, en cuyos más bastos
horizontes era menester infiltrar el verdadero amor, nutrido del sentimiento
telúrico de la tierra, animado de sus posibilidades y afanoso de una fisonomía
y personalidad. Para inquietud semejante no eran a propósito los severos marcos
de la actividad militar, por lo que tentó otros planos en que su concepto
cívico, la amplitud que da la libertad decidió servir a su patria dándose a
ellos con un fervor de humanista, estudiando al ciudadano en su plena actividad
funcional, robusteciendo el sentimiento del honor, de la responsabilidad y de
la vitalidad y, abrigando la esperanza de que la divulgación de la verdad y del
derecho habrían de redimir a la sociedad de la arbitrariedad y violencia. En
este aspecto de su vida Juan Gregorio se amparó al clima efusivo y romántico de
los maestros del renacimiento: Erasmo, Luís Vives y Montaigne y, recorrió el
panorama de las doctrinas de Wunt, Claudio Bernad, Freud, Adler, Bardiaeff,
Yung, Spencer y Carrel.
A través de la
filosofía había Juan Gregorio conocido al hombre y a la sola fuerza lógica de
los principios filogenéticos y teleológicos había pensado en el hombre
abstracto, en el tipo de hombre universal y clásico, sincero y franco consigo y
con los demás, altruista y magnánimo. El hombre natural de la selva cohibido
por la soledad y el hombre civilizado de la urbe deformado, cambiaron su
apreciación y concepto de él.
A través de la
caracterología y sociología advirtió curiosas modalidades de la naturaleza del
hombre y tuvo que hacer frente en el ambiente social en que vivía a tipos seudo
excéntricos o inverosímilmente naturales, a seres forzadamente racionales o
convencionalmente informales, a pulquérrimos insoportables y a estrafalarios
encantadores, a una suerte de tipos deliberadamente exóticos o vulgares,
paradójicamente satíricos o humoristas, supremamente ridículos o trágicamente
severos o festivos. En este comercio difícil de los hombres tuvo que librar
cruentas batallas. La cumbre y el río fueron sus maestros de estrategia y
mediante ellos se armó de una personalidad social y aprendió el tesoro de su
verdadera personalidad y, emprendió la obligada lucha diaria oponiendo a la
necia vulgaridad del medio su estilizada indiferencia mezclada de grandeza y
magnanimidad y dando a soportar a aquellos seres mancornados a la vanidad y el
orgullo su olvido absoluto y olímpico de ellos. En las contadas treguas de
estas luchas Juan Gregorio se dio al amor y gustó como aquellos generales
romanos llevar en su carro de victoria los encantos de una mujer, no sólo para
orgullo suyo y reposo de su alma, sino, sobre todo, para renovarse en la
emoción estética que aquél sentimiento importa y entregarse a la tarea grata de
forjar un amor limpio y puro con los elementos más caros del arte y con las
ilusiones más tiernas del amor.
Una caravana alegre de
excursionistas irrumpía la estancia de Juan Gregorio; la graciosa algarabía de
las muchachas, sus bellezas tiernas e inquietantes pusieron sobre la severidad
del poblado una nota de encanto y sugestión. A la cabeza del grupo colonial
estaba una joven profesora. A su belleza natural y sus modales académicos se
aunaba la emoción de la felicidad y del entusiasmo. Un secreto capricho o un
afán oculto de nuevos horizontes alentaban a aquella joven profesora, en quien
la belleza de su persona cobraba relieves insospechados ente la expresión de su
belleza espiritual. Su dicción clásica y sus movimientos elegantes
advertían a la mujer pulcra, burilada en los ateneos y academias
universitarias. No se respetaba en aquella mujer hermosa el empeño que prima en
la mujer intelecta de lucir sus dotes espirituales con olvido de su belleza
física. Una justa proporción o un maravilloso equilibrio entre ambas
dotes hacían de esta mujer algo excepcional, un ser capaz de empeñar toda la
ambición y de acicatear toda la codicia.
Para Juan Gregorio no era
extraña la mujer, pero le interesaba el tipo de la mujer algo intelecta, aquél
exquisito problema hecha de fascinación y misterio de flor de limo y perfumes
mentales. Acostumbrado a la ley de la montaña oteó el hallazgo y la quiso para
si. La nació para la aureola de sus ilusiones y la satisfacción de sus anhelos
de romance. El mismo día y con ocasión de un ágape a las visitants puso sitio a
la plaza e impuso su rendición con aquella brava osadía del ande, sin más
recursos que la del espejismo y la mágia que ponen los seres en el estado
natural. Milushka atosigada con los protocolos, maravillada con los formulismos
cánones sociales, deshumanizada a fuerza de fantásticas utopías despertó el
contacto de aquella recia naturaleza, casi primitiva de Juan Gregorio y reparó
en los frutos maduros de la montaña una belleza insospechada, campos bastos de
observación y enseñanza, no advertidos claramente desde el gabinete o los
cubiles de la elucubración.
Magnificados por el
escenario y el paisaje más excelso y grandílocuo del valle despertó el alma
sensitiva y nostálgica de Milushka y se estremeció el espíritu sereno y
cabiloso de Juan Gregorio. Milushka reparó en Juan Gregorio un filón de oro
legítimo y acometió con denuedo aquella veta casi virgen. Ante los primeros
signos de esta pasión temblaron estas almas como flores que sacudidas por un
vendaval tocan sus corolas en raros estremecimientos de placer y de dicha. Y
surgió el amor en aquellos dos seres en el que vibraba en el corazón del uno la
lira de un poeta y se agitaba en el cerebro del otro las alas de un filósofo. Floreció
el amor como en un bello jardín de ensueños. Al contacto de estas dos almas se
ensancharon los horizontes del mundo. Y el idilio marcó un “evo en los Andes”.
Desde entonces un rubí fulgente puso tinte de aurora sobre el torso ambarino de
las cumbres. El romance tejió primero un poema de tonalidades suaves de
acuarela con claridades de aurora y penumbras de noche estrellada; más tarde
puso sobre el cuadro brochazos rojos, tintes violetas, bermellones oscuros
vencidos de pasión. Milushka, sabia en el amor, se dio al amante con la misma
conciencia placentera conque se abre la corola de una flor o la caricia solar;
Juan Gregorio enamorado de la belleza exótica y enervante de la amada se
entregó como un ángel a la caricia de un ensueño inefable. Sus almas se
sumergieron en los mirajes de una ilusión de dulce fascinación con tanta
fruición que los más ardientes placeres de la lujuria carnal se adormecieron.
Aportó Milushka a esta
pasión el abolengo romántico de sus antepasados, refinado hasta la espiritualidad,
con pleno dominio del placer hasta el pensamiento y la mistificación. Su
belleza nostálgica tenía todo el primor y encanto de las formas estilizadas
captadas en horas de adoración por las pupilas febricitantes de su ancestro
galante. En la armonía floreciente de su cuerpo, en cuyas líneas de luz ponía
irisaciones mágicas había flexiones crepitantes llenas de estremecimiento de
pasión. En su mirar suave y tierno, avasallador y encandilado había el efluvio
de no sé que lejanos vértigos. Una luz áurea emanaba de aquellas pupilas de
cuarzo gris, dormían en el fondo de ella los fulgores de todas las auroras y
celajes más tenues de medio día. En sus labios extraordinariamente sensitivos y
deliciosamente encarnados floreció la sonrisa enigmática con un sabor de añejas
efusiones idílicas, incitantes de las más atrevidas e inverosímiles locuras. En
el cuello estatuario y en el pecho opulento no se que ocultas y antiguas
ansiedades se consumían como el fuego lento y expirante de los incendios en los
viejos pebeteros orientales. El resplandor mágico y turbador que emanaba
de todo su ser estaba denunciando el encanto quintaesenciado y la belleza
refinada e impecable a través de rancias galanterías blasonadas de su nobleza.
En sus antepasados se contaba un principio de la sangre real de los Canchas que
urdieron la leyenda romántica de Shanoc y Humaraya en las estribaciones del
Norte andino. Sus más próximos ascendientes evacuaron la montaña y llegaron a
las playas del Santa, donde la música del río y las melodías de las lagunas se
estrechaban y reclamaban en una fuerza telúrica irresistible. Y al pie de las
ondas armónicas de Cójup acamparon impávidos de admiración y emoción. Fruto de
un verdadero amor, cristalización de una pasión romántica efectiva advino
Milushka excelsa, optima y primorosa Su infancia surgió entre las alburas y
celajes de pureza. Creció como una flor mística, austera y sensitiva y,
floreció con el encanto de una rosa monacal y la gravedad bella de una vestal
misteriosa y neurótica. Y con esa voz de rosa blanca y pura de las vírgenes
llenas de música de flauta y de dulzuras de arrebol daba la impresión de que al
hablar brotaran de sus labios corolas de flores y volaran de su pecho torcaces
procelarias
Yo no sé que afán de
vuelo tenían aquellos labios rojos y temblorosos en los que se escondía el
secreto de las alas del cóndor y la habilidad de los de una garza. Daban en su
actitud iconográfica la impresión de posar para viajes largos, hacia colmenares
lejanos y exóticos. Jamás se desplegaron aquellos labios sin una ternura lilial
y sus movimientos tuvieron la elegancia majestuosa del vuelo de las águilas, la
pulcritud alba y señorial de las palomas, la sutilidad estilizada de las
golondrinas. Labios húmedos y sensitivos donde el beso enamorado encendió
luminarias con las alas de cantáridas y pétalos de amapola, tenían la rara
sugestión de postrar ensueños y levantar ilusiones y un dulce imperio de mandar
adorarlos y seguirlos sin discernimiento. Labios excelsos, prodigiosos en
la dádiva y sabios en la caricia. Jamás el hastío o la languidez turbaron su
serenidad victoriosa. Como dos ascuas rojas iluminaron el fuego de la pasión y
alentaron como heraldos en las lides más fragorosas del idilio.
La gracia augusta
de una ligera curva ponía sobre la nariz aguileña de Milushka el prestigio de
toda una célebre historia de amor y el sello de una raza dominadora. Daba que
soñar en la corte galante de los Borbones y pensar en la arrogancia lúbrica de
las águilas. Bajo aquellos arcos de acusada sensualidad las bóvedas nasales se
henchían voluptuosamente, se plegaban vehementes de lujuria. Las tupidas y
largas pestañas de los ojos daban a aquella nariz algo así como la fuerza de
alas poderosas que empujaran una quilla de marfil en un océano irídico.
Persuasiva y sensitiva, refinada en la astucia, hecha para deleite del olfato y
saborear el perfume de las flores más fragantes y sutiles y, transmutar en
esencias los cuerpos más adorados no escapaba su anhelo ni el aroma tenue de la
inocencia, ni el vaho enervante y fatal de la pasión.
Esta mujer excelsa hecha
para el arrobo del amor angélico y las glorias de la pasión tembló ante la
vista de la personalidad casi salvaje de Juan Gregorio; se dio a gustar este
nuevo fruto exótico, a enriquecer sus arcas con el oro nativo del amante filé y
rendida. Generosa y soñadora por estirpe escanció en los labios del amado
filtros añejos, sumos efervescentes, esencias antiguas que le venían de sus
estancias lejanas y fabulosas y, dio a probar las más nuevas e ingeniosas
mixturas espumantes y ambaradas, extrañamente novedosas y tentadoras.
Juan Gregorio se sumergió
en la ronda apacible del afecto sintiéndose desfallecer de felicidad en la
caricia y viendo filtrarse en su alma el fuego hechizado de las pupilas de la
amante tierna e inocente como el nuevo reflejo de una perla virgen o el fulgor
sereno de una joya noble.
Los amantes se entregaron
a un vértigo pasional, frenético y avasallador. Y no obstante lo romántico del
lance no delinearon un programa, tentaron los ritos de los códigos del amor
oriental, apuraron las formulas estilizadas y caballerescas del medio evo,
saborearon la encendida fe y delicado gusto del renacimiento, llegaron a las
lindes y términos de la pasión burguesa, pomposa y señorial y se almibararon en
las anchas playas del amor proletario, soñador, libre y aventurero.
El trato cordial cobró
contornos grandílocuos. Los más insignificantes episodios de este amor fueron
magnificados por el porte dechado y gentil de Juan Gregorio y por la pulcra y
delicada emoción de Milushka. Ninguna caricia fue solicitada por derecho,
ninguna fue concedida por deber, conquistada con la más tierna y exquisita
manera se dio la ofrenda en original regalo, en obsequio suntuoso y acrecedor.
Los amantes lograron dar a su pasión el encanto y el hechizo del primer día de
amor. Se amaban como si recién empezaran a hacerlo, abundaban en tan sutiles y
distinguidos cumplidos que era difícil reparar quien de los dos era el
requerido. Se adelantaban con soltura y garbo a satisfacerse los más exigentes
caprichos, se adivinaban los deseos más recónditos. En sus pláticas espaciosas
y barrocas discernían sobre el amor, filosofaban sobre la felicidad y
rastreaban la ilusión hasta en sus más extraños y lejanos mirajes. La filosofía
y la poesía se humanizaban en aquél solaz devaneo, la idea básica del uno y la
nota armónica del otro ponían concierto y alcanzaban orquestar aquél amor en
extrañas modalidades, en notas mágicas, en fantasías sortílegas.
Había en aquel amor no se
que rara conciencia de felicidad y el encanto secreto de vivir una aventura.
Como en aquellas óperas
Wagnerianas el calderón o el silencio elevan la majestad de la obra, así como
aquellos amantes después de largos y frenéticos efluvios entrenaban períodos
ascéticos, casi místicos en cuyas partituras la nostalgia y la melancolía
primero, los bríos de la juventud y las ansias de la pasión después acicateaban
la emoción en una rara melodía de sonatas de amor. En estos períodos,
verdaderas treguas de las campañas de amor, los amantes se entregaban al campo
en un abandono de dulce emoción eglógica, en un afán de renuevo y purificación.
Esta inmersión en la pura linfa de la naturaleza difuminaba los fondos pardos
de la pasión romántica con pinceladas claras, con tonos especulares, suaves y
ligeros.
En los intervalos de
aquél amor los amantes se entregaban a la lectura, pasión favorita de ambos y
se escribían cartas elegantes y floridas, verdaderas epístolas del amor en que
escanciaban el alma embriagada y volcaban los filtros del corazón. Con una
secreta maestría pulsaban la lira del silencio arrancando de aquél arpegio
notas de verdadera unción amorosa y haciendo brotar con ella el amor más puro y
encendido no alcanzado sino otrora por Filis y Demofoon, por Ulises y Penélope,
por Leodemia y Protesilas en aquellas largas ausencias en que las amadas se
abrazaban en el fuego de la fe y la constancia, de la pasión y ansias
entrañables.
A la manera de Castor y
Polux, de Pilades y Herminaina, de Febo y Palas amaron con pureza y castidad y
apuraron su pasión con tanto frenesí ora en el magnífico paisaje de la
naturaleza como Dafnis y Clóe o en el tráfago de las urbes indiferentes como
Des Grieux y Manón.
El ambiente y la pasión
estaban transformando la personalidad de los amantes en un nuevo ser. Milushka
inconcientemente se adapta, se disolvía en él como un perfume y tenia escorzos
de esclava, resabios de eco y tintes de sombra del hombre a quien se entregaba
en un vértigo de ventura e interrogación. Esta dependencia le rebajaba a un
nivel de encantos ensoñados y le hacia gozar y sufrir las tormentas del celo y
las torturas de la duda. En sus horas de reflexión pretendía rebelarse y
entonces sentía en su alma luchar los resabios burgueses con la ilusión moderna
y le sublevaba esta inquietud al punto que le advertía, le aguijoneaba los
resquemores de retaguardia y le sublevaba esta inquietud al punto que le
advenía cierto tono de melancolía y contradicción femenina como en aquella
Elena de Yuchkevitch, en “Salida del Circo”.
Mujer moderna forjada en
la soledad y hecha para las grandes batallas de reivindicación femenina,
estimaba el matrimonio a una cadena enmohecida que había que reformar y dar
vida. El amor no era tampoco su objetivo, sólo una aventura en cuya etapa o
lucha se afana así misma, por descubrir su personalidad kantiana del amor,
amaba por principio y artista por naturaleza hacia del amor una obra de arte
bastante para embellecer la vida y dar al alma el acicate de la ilusión. Y
había que ver la orgía voluptuosa y emocional que ponía en juego en estos
arrestos de mujer belicosa, simulando algunas veces el tipo de mujer feudal
solo para acrecentar la intrepidez, la bravura y tenacidad del amante y gozar
el placer del éxito de sus encantos de joven, almibarados con los halagos del
refinamiento de su temperamento artístico. Después de estos largos periodos de
embrujo y hechizo Milushka se abría paso con el mismo espíritu denodado de
Josefa, heroína de la mujer moderna en “Trabajo” de Ysle Frapán y por encima de
su amor se entregaba al ejercicio de su profesión con igual pasión que
Lansolevo de Colette Yvert en “Primicias de la Ciencia”. Rendida pero no
desengañada del trabajo volvia Milushka a los aleros de su nido de amor con una
ansiedad y vocación de amante moderna en quien la dulzura del amor, la ternura
del trato exigen una correspondencia democrática y como aquella Ada dé Emblée,
de un cuento de Pitigrille, huía de lo legendario y maravilloso, de lo
protocolario y estilizado del amor al cariño sincero, natural, franco, sin
remilgos ni ditirambos, con una sed de emociones frescas, claras especulares se
entregaban a la aventura del amor esperando sólo la cordial comprensión y el
fruto sano del afecto en los que su libertad y personalidad no sufrieran el
despotismo y la tiranía del amante.
Tipo de mujer distinta a
las de Turguenev y Chejov desarrollaba un programa de acción en la cátedra, en
los clubes literarios y sociales y hasta en los círculos religiosos. Su belleza
honda y firme provocaba respeto y admiración mezclado del temor de aquella
desconfianza poblana de los centros poco acostumbrados a las luchas de clase.
Las mismas asociaciones religiosas se extrañaban de su exaltación y acaso sospechaban
y desconfiaban que aquella alma atormentada por la inquietude de la duda
llegara a los altares no sólo a buscar la paz sino entregarse al misticismo
religioso en su ansiedad de nuevas fuentes de placer y refinamiento.
Sin apercibirse de la
fuerza ponderosa de fascinación, su persona se daba al amante y a la sociedad
con un altruismo heroico digna de una mártir o de una heroína. Como aquella
Diana Wassilko de Emil Ludwing espoleaba la ambición de su amante, le provocaba
grandes estímulos, daba animo para desarrollar las facultades, lograba poner en
el espíritu los acicates de la emulación, la tentación de la grandeza y la
voluptuosidad del éxito. Con que placer se informaba del progreso de su obra y
con que secreto comedimiento volvía atenazar el espíritu, armarlo de osadía y
valor para la lucha. Su orgullo de mujer y su ambición de amante cobraban
relieves anecdóticos en este empeño en los que ponía toda la fuerza de sus
hechizos y toda la ternura de su pasión. Y para magnificar al ser amado y elevarlo
hasta un nivel de distinción y relieve aspirados, no reparaba en sacrificio
alguno, ponía al servicio de su pasión su musa de poeta, sus ensueños de
ventura, el sortilegio y la magia de su hermosura, la sugestión de sus más
caras prendas de mujer. En esta dádiva hacendada, en este renunciamiento de sus
ideales de libertad e independencia, ponía todo el embrujo de su seducción,
todo el arte exquisito de su sensibilidad, gozando junto con el amante de una
verdadera dicha con la clara visión de que este placer servía a la sublimación
y exaltación del ser amado y la secreta esperanza de mejores días de arrobo y
frenesí.
Y acaso como aquellas
madres espartanas o troncos legendarios se desprendían de sus frutos para dejar
que aquellos defiendan y fructifiquen la tierra, asistía con una melancolía
mezclada de pena y dulzura a la metamorfosis del amado. Segura de que había
logrado su obra, sin vanidad pero si con orgullo, con toda la vehemencia de
quien aprovecha la última ocasión. Milushka se entregaba al amante victoriosa
con una pasión religiosa casi mística, con una pagana voluptuosidad casi
lúbrica. Para este supremo goce sacaba las últimas reservas de hechizo y ponía
en juego sus más caros recursos de esteta del amor y con una maestría sabia
arrancaba del amante grandes veneros de emoción, soberbias notas de amor,
torrentes de melodía en las que se anegaba y diluía en un raro placer de
acabamiento, cobrando alientos sólo para seguir pulsando aquella lira hasta su
total enervamiento.
De este transporte y hebetamiento
Milushka surgía como un ser Nuevo, sin los fermentos de la pasión, sin que los
lazos de la esclava. Vacías las ánforas, laxas las cuerdas de la lira no tenía
otro empeño que reconstruir su vida. Y el amante, aquél vencedor y héroe de
trascendental lucha romántica, debería alejarse para cumplir la obra del
destino y para no tiranizar a la amada rendida.
Así fue que Milushka se
ausentó, acaso a su pesar y sintiendo dejar tras si al hombre que adoró y dio
sus más preciados tesoros. Juan Gregorio se sumió en una angustia lacerante y
en una melancolía casi casi histórica.. Se dio a la evocación y al recuerdo con
una voluptuosidad frenética de extraños y fascinantes mirajes. No sé que
panteísmo idílico le poseyó. Amó el césped donde reposó la amada, veneró a la
planta que le brindó su sombra y se dio a la pasión de los encajes, de las
flores disecadas, de los rizos atados y de todos aquellos recuerdos conque
Milushka le había obsequiado y en los que creía encontrar palpitando el
corazón, exhalando la fragancia turbadora de la mujer amada.
Sin embargo de la
ausencia el amor siguió viviendo del recuerdo y nutriéndose de la esperanza. Se
escribieron cartas tiernas y conmovedoras, dulces y apacibles, ardientes y
apasionadas, transidas de amor, rendidas de adoración, verdaderas epístolas de
amor en las que trazaron imágenes dignas del bronce y del mármol, figuras que
harían honor a cualquier artífice del pensamiento. Juan Gregorio escribió sobre
el valor de la constancia y la virtud de la fidelidad, filosofó sobre la
inmortalidad del amor y la belleza, de la abnegación y del sacrificio; Milushka
forjó las melificas, esculpió versos flamígeros, cinceló rimas aladas y
fragantes, llenas de dulzura y rendidas de nostalgia
De vez en cuando en las
planas elegantes de las cartas de Milushka, Juan Gregorio entreveía alguna
sombra, otras veces veía brillar las luces de algún astro desconocido. Y sin
embargo de estar acostumbrado a las tormentas de la cordillera tembló ante estos
nuevos fenómenos de su pasión. La sombra le pareció la oscuridad insondable de
las resquebrajaduras y vericuetos de la Montaña y aquél súbito resplandor del
lampo de alguna estrella fugaz o la ráfaga de un bólido celeste. Juan Gregorio,
aquél pedernal de roca enhiesta, se descorazonó ante el pensamiento sólo de
saberse abandonado. Envuelto en el manto de su inocencia y cegado por la luz
prístina de sus ilusiones no se había cuidado del olvido, ni reparó en la
maldad.
Cuando más tarde la
amada arreaba definitivamente sus heraldos de pasión y se perdía en el silencio
y el olvido no la culpó, ni la maldijo. Por el contrario se avergonzó de si
mismo. Temió por la pureza de sus sueños, que se sospechara de su honradez
emotiva y que se desvaneciera aquél ideal del amor que era el sostén de su
vida. Se recriminó de no haber anegado a la amada con el caudal de todas sus
luces y de no haberla cautivado en aquella morada brillante de su ensueño
azul. No se consoló del olvido de no haber vaciado en los tibores de su cariño
con toda la áurea riqueza de sus refulgentes ilusiones. Sin embargo en esta
desgracia Juan Gregorio encontró no se que sabor de felicidad y su alma
atormentada reverberó como un diamante Negro en cuya embriaguez nostálgica la
imagen de la amada vivió engarzada como una perla inefable. Y volvió así, otra
vez, aquella Venus divina y virginal acaso inconcientemente perversa y fatal a
ser el ídolo de un idilio extinto. Pero de un idilio en el que la mano
del engaño no asomaría su mano torva.
Al contrario del dolor
Juan Gregorio tornose otra vez aguerrido y místico, extremadamente meditativo.
Sólo y abandonado volvió su mirada al Ande, su maestro excelso, invencible e
inmutable, clemente como todopoderoso inaccesible. Y se abrazó a su osatura
gigantesca en una sed de llanto y consuelo. Se desahogó con desborde hasta
hacer brotar de su corazón linfas cristalinas y especulares como aquellas aguas
impolutas que destilan de la corteza nívea de la cordillera, en un afán eterno
de purificación. Prendido en la escamadura de su riqueza se abatió ante la roca
furioso de lucha y de sacrificio.
Su maestro el Ande le
exhortaba a vivir solo, pero su corazón se ahogaba de aflicción. Desde su cima
augusta veía a su maestro levantarse la tempestad y sabía de que elementos se
formaban. Por eso no las temía y se detenía en medio de la tormenta. No
sabiendo de las ciénegas la moral del Ande era inexorable. No sabía del engaño
porque no tenía matorrales donde se aposentaran las serpientes y era
inaccesible en su cúspide donde solo se llegaba volando como el ave y no
arrastrándose como la oruga. Su maestro el Ande estaba acostumbrado al olvido.
No huyeron del paisaje la primavera fragante, el alba impoluta y los vésperos
alados?. Y sobre su orfandad solitaria no se desencadenó la tormenta y el
rayo no destalló en su frente incendiando sus más bellos ensueños de amor? Sin
embargo ni se consumía ni se afligía. Nunca siguió a sus amantes. Ellas
volverían. No quiso jamás quemar sus plantas en aquellas huellas de ingratitud
no obstante saber que el granito se lustra en la tormenta y no se encharca en
el lodo. Y exhortó a Juan Gregorio acudir al olvido. Olvida a la mujer, no
olvides el amor, le decía. El olvido pone un manto de misterio al pasado, borra
las sombras de la ingratitud y da al amor una aureola de santidad. Por eso
olvidar a la mujer amada hasta es una forma de adorarla.
Trepó a lo más alto de
las cumbres para medir desde allá la extensión y profundidad de su desgracia.
En la cima su cerebro despertó y se apagaron en aquella atmósfera todas sus
llamas de pasión erótica, volaron sus recuerdos como aves azotadas por el
cierzo.
Anhelaba descubrir el
germen morboso del mal y sorprender la gestación del engaño y olvido para
extirparlo y aniquilarlo. Haber sido herido por el amor no era una razón para
temerlo, antes bien había un deber de proteger la inocencia y la ventura de las
almas.
Cuando la brutal realidad
del olvido le advirtió el alejamiento definitivo de Milushka se creyó morir;
apartó la vista de su conciencia, huyó de la montaña; luchó con la persecución
fatal del recuerdo; borró el paisaje azul-albo de sus ilusiones y ensueños
donde a señorear volvía la imagen tentadora, abrió las esclusas de sus termas
interiores para evitar que en sus ondas volviera aquella figura venusina a
deslumbrar con su desnudez y a vencer con su hechizo. Puso velos a sus cielos
límpidos y especulares para que en ellos no volviera a serpentear las luces
mágicas del fuego de aquellas pupilas ígneas y febricitantes. Quemó sus bosques
sagrados para ahuyentar la emboscada del pecado y escapar al embrujo del
cántico matinal de las alondras. Taló sus jardines, volcó sus maceteros, rompió
ánforas para acallar el deseo abrasador que otrora la lujuria de los estambres
de las flores en sus efluvios voluptuosos.
Habituado al análisis
implacable de su conciencia acometió al extraño fenómeno de su dolor con una
voracidad inclemente. Hizo sondeos peligrosos, sumersiones exacerbantes,
difíciles y atrevidas en el agitado piélago de su alma. Agudizó su facultad
cenestésica y rastreó en lo extraconciente con un fervor salvaje, rozando la
maleza y arrancar de raíz los últimos vestigios ocultos e inhibitorios. Y puso
disqués a las mórbidas manifestaciones de su supremacía, a sus
desplazamientos fallidos; purificó su contenido nítrico y curó su malestar
hipnagónico y subyacente. Violentó su contenido y forzó la inducción; llevó la
introspección hasta el enervamiento, desmenuzó el fenómeno y despejó el engaño
de la ilusión y la fantasía de la alucinación, eliminó de su mente la
persecución eidética, fatal e inclemente en el que la imagen de la amada
asomaba en todo su sortilegio tentador de belleza ineluctable. Seccionó las
vértebras más caras y amputó los miembros más hermosos infectados por el virus
del engaño, lacerados por la fuerza del dolor. Con mano firme y severa cortó y
arrojó quistes, hizo lavados corrosivos y astringentes. Disoció las más bellas
concepciones de su amor y enhebró sus dispersas ilusiones en síntesis
simbólicas. No fue menester en esta tarea el auxilio de la anestesia. Sobrábale
valor y estímulos para resistir la acción demoledora del análisis y la obra
destructora del bisturí. Vencido por el vértigo de la expiación y la sed de
martirio no se amilanó ni ante la disección de todos sus ensueños ni ante la
ruina total de toda su vida.
Algunos años después y
tras un largo período de renuevo y construcción Milushka se preparaba a
renunciar su vida célibe. Despaciosa y largamente, meditando con empeño de
filósofo y afán de artista se proponía cultivar en los campos fértiles del
matrimonio nuevas plantas de ilusión, ansió introducir nuevos cánones y hacer
brotar de aquellos surcos frutos nuevos, dar al mundo el perfume de flores
adorantes y lozanas sin los melifluos tonos y decaído vigor de las plantas de
invernadero.
Urgida por su sino y expuesta en el vértigo de su fantasía nómada y luchadora,
vivía acosada por la curiosidad y el misterio. Le tentaba el matrimonio;
aquellos graves problemas que yacían en la incógnita le apuraban y esperaban.
Desde su posición liberal y democrática había combatido los estrechos campos en
que se debatía el matrimonio y tratado de dar vida a aquella institución social
que languidecía y expiraba en las fauces de tremendos prejuicios. No obstante
su prédica audaz, incisiva y constructiva quería dar el ejemplo: prefería el
poema que se vive al que se sueña y por eso haría de su vida un drama. No
acudiría al matrimonio con aquellas necedades vulgares de resolver un problema
social ni de llenar una exigencia protocolaria, se encaminaba a reformarlo y a
militar en aquellas filas, imbuida de renuevo y reforma. Si bastante le era
conocido el prólogo de su obra no sabría de cuantas partes habría de ser el
drama a vivir aún cuando su hábiles manos tuvieran ya esbozado la trama,
aquella trama que resumía su pasado grandioso y glorioso y que encarnaba sus
sueños de mujer moderna animada de los encantos femeninos de su sexo y de las
fantasía excelsa de su espíritu selecto. Los celos, el hastío la incomprensión,
el cambio, el divorcio y el adulterio desde su forma ideal hasta el hecho
brutal reclamaban una mano experta que le señalara la ruta de la felicidad, de
la virtud y decoro. Y Milushka extendía su diestra armonizadora y ofrendaría su
exquisito corazón para labrar un edén conyugal libre de las taras y
mezquindades en que hoy se debate.
No sería ella una nueva
hurí ni su esposo un Sultán de un minúsculo harén. Tampoco estaría en su plan
el tipo de las Cornelias romanas, las Románticas de Tolstoy, las Rutinarias de Balzac,
lo prosaico de mujer inglesa y alemana o lo aritmético de la yanqui y lo
teatral de la mujer latina. Otro era el esquema de esposa y el del matrimonio
que a diario plantea la crisis actual y que con marcado acento recusa el
concepto de maquinaria conyugal o de idilio poético. Más humano y menos
platónico son las exigencias actuales y toca a esta generación estructurar una
institución matrimonial donde el ensueño del amor no fracase ni las energías
humanas se emboten en la concupiscencia, malogrando los estímulos de la
aspiración y el trabajo y restando vigor a las energías sociales que reclaman
el progreso.
Lo complejo del
matrimonio y el problema de la familia atraían con voracidad, psiquismo o
fisico-quimismo que en extraña convulsión le empujaba a la fusión del
protoplasma. Sabía que en aquél estado de coloide o catálisis, se angostarían
sus células, pero tendrían el orgullo y la conciencia de asistir a la creación
de un nuevo mundo: la familia, organismo que a su parecer urgía educar desde
las primeras convulsiones del ser en las entrañas maternas. Como habría de
gozar en esta concreción. Verse proyectado en un nuevo ser, trasunto de su
felicidad y de su ideal, señalarle el sendero del bien y nutrirlo de su
doctrina y la poesía venerada y acariciada. Qué Fuentes de placer y qué
voluptuosidades le esperaban? Con impaciencia esperaría el retoño de su ser y
cuanta imaginación derrochaba al pensar si en la Mirada y sonrisa de su hijo
habría más que el aporte bio-síquico de sus padres sino también el lejano
esplendor de sus luces y apasionados amores y la dulce semblanza del amante que
transfundiendo su ser, convulsionándolo hasta la epilepsia y el éxtasis. No sin
razón pensaba que el amor transfunde al amante en el ser amado y que la pasión
crea un estado indeleble en el ser; pero, debería ser un amor y una pasión
grande y avasalladora, capaz de imprimir una tonalidad eterna en el alma y de
perennizar una sensación en la carne. Sólo así y entonces éstos estados
devendrían en herencia, por haber encarnado y se transmitirían a la posteridad
con la fuerza potente que lo creó. No dudaba que tales delicias le esperaban y
lo anhelaba sin temor, sin sentirse culpable de infidelidad, porque
honradamente estimado sólo a ella le pertenecía el tesoro de su pasado, aquél
tesoro forjado por sus manos de orfebre y su alma de artista.
Qué suaves, pías y
filiales satisfacciones le esperaban?. Toda su vida de mujer amante y artista
habría de reflejarse en su hijo. De no tener el programa de sus ideas y
principios un buen día diría a su hijo: en la formación de tu ser hay más que
tus padres carnales, están las almas que adoré y me adoraron imprimiendo en mi
naturaleza ritmos alados de fantasías y emociones de la más rendida pulcritud y
distinción. Pero acaso, si tal declaración fuera de su plan de mujer de acción
y combate, no tendría el motivo de acallar ocultas satisfacciones de proclamar
que en la paternidad de su hijo entran sus más caros amantes. Tal revelación,
por avanzada y molesta, ni siquiera tendría la novedad de la invención, puesto
que es axiomático que en medio de la cultura y sociabilidad una generación se
debe a otra en su prolongación, cultura e influencia. Ya en la antigüedad se
recomendaba a las madres grávidas de tener a la vista modelos de arte y belleza
para forjar con su influencia la euritmia del nuevo ser. Pero no sé porque en
Milushka se radicaba con tal fuerza aquella influencia. Sin duda que su rica
imaginación y recia naturaleza guardaban con esmero su pasado poema como un
escenario panorámico en el cual se desenvolvía su mundo interior y del cual
saldrían sus frutos trasuntando a la belleza captada en sus horas de arrobo y
floración y dando a revivir el pasado idilio genitor de nuevos y dulces
placeres. Esta visión del futuro debería darle la satisfacción de hechizo,
llena de nuevas reminiscencias y de melodiosas vibraciones del pasado. Su hijo
sería el diapasón de aquél arpegio divino, de su corazón y cada una de sus
modalidades le pondría de hinojos ante el recuerdo, por lo que la evocación es
la adoración del pasado. Pero el pasado tiene el milagro de ser vivo y presente
pasado. No. En Milushka el pasado tiene el milagro de ser vivo y presente.
Viven en ella sus impresiones en actualidad de concierto y melodía y tienen la
virtud de manos providenciales. Y su pasado y sus horas de amor vividos otrora
seguirían embelleciendo su vida y moldeando a los seres que salen de sus manos
y entrañas.
El mismo Juan Gregorio se
encontraba absorto ante las nuevas preocupaciones que estremecían a Milushka y
también ansiaba verla formando familia, llevando a la práctica sus ideas y
experiencias, perpetuando aquél ser de distinción y excepción. Ansiaba saberla
madre para ver como germinaría en ella aquellos grandes y nobles sentimientos
que sabia alimentar y que sin duda le sublimarían dando a su frente aquella
aureola de santidad.. Le acusaba el interés de ver la nueva simiente y de
observar si en tal obra reconocía sus caracteres vaciadas con generosidad en
aquella ánfora de su madre. No sé que extraño derecho de paternidad inquietaba
a Juan Gregorio. Paternidad espiritual y metafísica in disputada e
indisputable, más legítima y más noble. La única de la que se puede tener
orgullo y no dudar.
Harta de teorías, acabado
los esquemas y diagramas de su nueva vida, cumplida su tarea de prédica y
después de haber ofrecido los abundantes frutos de su intelecto ansiaba
arrancar a su vientre virgen frutos de selección capaces de continuar y superar
su apostolado. Nada sería estéril en su ser. Todas sus facultades deberían dar
su fruto, pero darlas con amor, con arte, con la clara conciencia de que se
goza y crea.
Promediaba la estación
veraniega en la capital y aquella mujer paradojal que tuviera el gusto de
escoger el periodo solar, como aquellas mariposas que solo abren las alas a la
luz, tenía el capricho de casarse. Porqué? Ella lo sabía era el primer paso de
su obra de rendición.
El
mundo no es un carnaval ni Milushka quería embriagarse de él. En medio del
barullo de un primer día de carnaval daba el comienzo del orden. Ante los
altares de un templo que como alumna frecuentara, sus hombros recibieron el
yugo conyugal de manos de un anciano y amigo sacerdote y sus dotes quedaron
bajo la argolla del anillo que las manos temblorosas del esposo colocaran. Juan
Gregorio asistió a aquella extraña ceremonia. Desde su retiro lejano, noticiado
por las crónicas locales…
Eolito, el mago de los vientos
Eolito era el hijo travieso de un mago.
Un día jugando con las cosas de su padre, encontró la caja de los vientos.
Recordó las palabras mágicas "Abracadabra, pata de cabra, caja quiero que
te abras, tontiloqui, carrasclascas". Nada más acabar de decirlo, salieron
todas las brisas, vientos, huracanes, etc.; resoplaban, golpeaban, buscaban las
rendijas y poco a poco todos iban consiguiendo escapar de la habitación dejando
tras de sí una larga cola de polvo. El niño los quería coger pero ninguno se
dejaba, al final cogió a uno pequeño, azul y que cojeaba. Era el viento del
reuma, después de revolverse, intentar escapar y llamarle abusón se ofreció a
ayudarle a cambio de que también a el le dejará dar una vueltecita. Le
explicó como tenía que irlos capturando. Tenian que salir a la calle con la
caja e irlos buscando, luego sabiendo el nombre era sencillo, sólo tenían que decir
la fórmula y el viento se veía obligado a meterse de nuevo en la caja. Al
primero que vieron fue a Levante y el niño dijo:-¡Levante, Levanteras a la caja
o te enteras!. Levante no tuvo más remedio que irse a la caja. Así fueron
cogiendo a Poniente Ponienteras, Norte Norteras, Sur Sureras y a todos los
demás. A muchos los cogieron poniendo una hoja de papel en el suelo y cuando el
viento iba corriendo a moverla de un lado a otro, a los vientos les encanta
jugar a eso, le atrapaban. Al final consiguieron capturarlos a todos y el pillo
cojuelo se fue a soplar por el mundo durante unos días.